Del trabajo, su propósito y su sentido en la vida del cristiano
“Trabajando solamente para adquirir bienes materiales, nosotros mismos nos construimos una prisión y nos encerramos en ella. Todas nuestras riquezas son simple polvo y ceniza. Las riquezas jamás podrían ofrecernos algo por lo cual valga la pena vivir”.
Un cristiano debe distinguirse de los demás por el esmero puesto en la realización de cualquier clase de trabajo, ya sea en la iglesia o en su propio empleo. Pero ese trabajo no debe convertirse en un ídolo. “Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la casa de la esclavitud. Yo seré tu único Dios” (Deuteronomio 5, 6-7).
El amor al trabajo debe abarcar al ser humano entero. No es posible que la mente del hombre no tenga ocupación. Si le faltan la oración y los pensamientos dirigidos a Dios y a las virtudes, y su atención no busca la realización del objetivo propuesto, el hombre es asaltado por toda clase de malos pensamientos, los cuales, a su vez, engendran deseos y actos oprobiosos. Una mente desocupada siempre da lugar a divagaciones. Por eso, aquellos que no tienen nada que hacer, fácilmente se convierten en vándalos. El hombre que no está acostumbrado a trabajar encuentra muy difícil empezar a orar y luchar contra sus propios pecados. En los monasterios se hace un gran énfasis en el trabajo físico. Ciertamente, el trabajo físico representa, tanto en la vida monástica como para los laicos, una protección contra el pecado, especialmente si se trata de las perniciosas aventuras de la juventud.
En el libro del profeta Isaías, en el capítulo 41, en el cual los hombres son llamados “dioses”, se nos dice que el trabajo puede ser dirigido al bien, pero también al mal. Puede ser un acuerdo con la voluntad de Dios, pero también puede dirigirse, según su contenido y propósito, en contra de Él. Ejemplos de esto los encontramos a cada paso en la historia de la humanidad.
Saint-Exupery escribía: “Trabajando solamente para adquirir bienes materiales, nosotros mismos nos construimos una prisión y nos encerramos en ella. Todas nuestras riquezas son simple polvo y ceniza. Las riquezas jamás podrían ofrecernos algo por lo cual valga la pena vivir”.
La Ortodoxia también entiende el trabajo como una forma de obediencia y como una creación. La obediencia es muy importante en la lucha contra el pecado. El arte es un don divino, por el cual debemos elevar oraciones de gratitud y sentirnos responsables de practicarla correctamente. Cada uno de nosotros debe reencontrarse en la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-29; Lucas 19, 12-26) y preguntarse: ¿acaso no somos nosotros esos astutos e indolentes? Aceptando los “talentos” que se nos han concedido, los multiplicamos. Pero, si no los utilizamos, los terminamos perdiendo, como dice el Señor: “Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Marcos 4, 25).
(Traducido de: Pr. prof. Gleb Kaleda, Biserica din casă, traducere din limba rusă de Lucia Ciornea, Editura Sophia, București, 2006, pp. 89-90)