Palabras de espiritualidad

¡Dichosos los que están lejos de las preocupaciones de esta vida!

    • Foto: Crina Zamfirescu

      Foto: Crina Zamfirescu

“Todo lo que comemos y bebemos nosotros, los monjes, recibe una bendición; por eso, aun unos alimentos tan modestos como estos adquieren ese gusto tan agradable”.

Un monje egipcio vivía cerca de Constantinopla, en tiempos del emperador Teodosio el Joven (408-450). Un día cualquiera, mientras paseaba por la ciudad, el emperador se apartó de su cortejo y llamó a la puerta del monje. Este abrió inmediatamente y con afabilidad invitó al extraño a entrar, ignorando que se trataba del mismísimo emperador.  Después de hacer una pequeña oración juntos, se sentaron a conversar.

El emperador preguntó: “¿Qué hacen los padres de Egipto?”. Y el monje respondió: “Todos oran por tu salvación”. Y agregó: “Por favor, come algo”. Y, tomando un trozo de pan, lo ungió con aceite y, después de ponerle un poco de sal, se lo tendió al emperador. Después, le sirvió un vaso de agua. Habiendo comido y bebido en paz, el emperador dijo: “¿Sabes quién soy yo?”. Y el monje replicó: “Dios lo sabe”. Poniéndose de pie, el emperador dijo: “Soy Teodosio, el emperador”. Al escuchar esto, el monje hizo una profunda y respetuosa reverencia ante el monarca.

Agregó el emperador: “Dichosos los monjes como tú, que están lejos de las preocupaciones de esta vida. En verdad, a pesar de haber nacido y crecido como soberano, jamás he comido un pan tan gustoso ni he bebido agua tan fresca, como lo que tú me has ofrecido hoy”. Dijo el anciano: “Todo lo que comemos y bebemos nosotros, los monjes, recibe una bendición; por eso, aun unos alimentos tan modestos como estos adquieren ese gusto tan agradable. Pero, en tu caso, quien se esfuerza preparando los alimentos que consumes, son tus cocineros y sirvientes, sin recibir la bendición de nadie”.

Desde ese día, el emperador empezó a honrar a los monjes, ofreciéndoles un auxilio para su subsistencia. Y aquel monje, dejando a otros el donativo recibido de manos del emperador, huyó de regreso a Egipto.

(Traducido de: Proloagele, volumul 1, Editura Bunavestire, p. 349)