Dios no hace nada a la fuerza
Cuando le abrimos nuestro corazón a Dios, Él nos llena la certeza de que es realmente nuestro Padre.
El Espíritu Santo viene cuando somos receptivos. No hace nada a la fuerza. Se acerca con tanta dulzura, que a veces ni nos damos cuenta.
Si conociéramos al Espíritu Santo, nos examinaríamos a nosotros mismos a la luz de las enseñanzas del Evangelio, para detectar cualquier presencia que pudiera impedirle entrar en nuestras almas. No esperemos que Dios nos compela sin nuestro consentimiento. Dios respeta y jamás obliga al hombre. Es asombroso el modo con que Dios se humilla ante nosotros. Nos ama con un amor afectuoso, no desde una cierta superioridad ni condescendiendo con nosotros.
Y, cuando le abrimos nuestro corazón, nos llena la certeza de que Él es realmente nuestro Padre. Y entonces el alma lo adora con amor.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea – experiența vieții veșnice, Editura Deisis, Sibiu, 2001, pp. 62-63)