¿A dónde se va el tiempo que perdemos?
Nos mantenemos sumidos en la indiferencia, dejando que nuestros días, nuestros años y nuestros momentos más hermosos se escurran sin propósito alguno.
Tengamos fe en nuestros santos, en nuestro Señor Jesucristo y en la Madre del Señor. Amemos mucho a la madre del Señor, para que nos conceda la felicidad de su Hijo. Hagamos que se enraíce en nosotros el gozo de Cristo y que nuestra alma adquiera, con el amor de Dios, la vida que le falta, para dejar de extraviarnos en disquisiciones absurdas. Recordemos que todos solemos hablar en vano, y nuestras palabras se pierden en lo étereo.
El maligno nos roba el tiempo de nuestra salvación, nos roba ese minuto aparentemente insignificante, nos roba días enteros, y nosotros seguimos confiados en que obtendremos algo de cualquier manera. Pero, alma mía, nada conseguirás, si no “amas a tu Dios con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, y a tu prójimo como a ti mismo”, y si no aprendes qué significa “no juzguen, para que no sean juzgados”. Si respetamos esos dos mandamientos, indudablemente todos iremos a donde Cristo nos espera. Esto fue lo que hicieron los Santos Padres, orando para que el Evangelio quedara impreso en sus almas y así poder vivirlo. Pero nosotros nos mantenemos sumidos en la indiferencia, dejando que nuestros días, nuestros años y nuestros momentos más hermosos se escurran sin propósito alguno. Todo eso lo vamos perdiendo poco a poco. Nos lo roba el demonio y se ríe de nosotros. Sí, el maligno nos quita nuestros días más hermosos, nuestras mejores cualidades, nos roba el Paraíso.
(Traducido de: Stareța Macrina Vassopoulos, Cuvinte din inimă, Editura Evanghelismos, p. 169)