Palabras de espiritualidad

Dos brevísimos relatos de cómo podemos conservar el estado de oración

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

    Foto: Bogdan Zamfirescu

Ya que la oración es el arma más potente contra el maligno, este hace hasta lo imposible para distraer al hombre que ora.

Ya que la oración es el arma más potente contra el maligno, este hace hasta lo imposible para distraer al hombre que ora. El stárets nos contó lo siguiente: «En el Monte Athos, un monje tenía un estornino al que amaba mucho, asombrado por su habilidad para imitar toda clase de sonidos. Pero, como cosa extraña, cuando el monje empezaba a orar, el ave empezaba a hablar alto, desconcentrándolo. Una vez, en la fiesta de la Pascua, el monje se acercó a su celda y, desde afuera, gritó: “¡Pajarillo, Cristo ha resucitado!”. Y el ave respondió: “¡Esa es nuestra peor desgracia, que resucitó!”, y en ese mismo instante cayó muerta, mientras la celda del monje se llenaba de un insoportable hedor. Entonces, el monje entendió su error y se arrepintió».

En lo que respecta al hecho de que Dios, ante todo, observa el estado interior —propicio para la oración— del alma del hombre, el stárets decía: «Un hombre que sufría de una grave dolencia en las piernas vino a buscar al padre Anatolio, y le dijo: “Padre, me duelen las piernas y no puedo hacer postraciones. Y eso no me deja estar en paz”. El padre le respondió: “En la Escritura dice: ‘Hijo, dame tu corazón’, no las piernas”».

(Traducido de: Starețul Ambrozie de la Optina, Editura Doxologia, Iași, 2010, p. 158)