“El aburrimiento es un pecado cuyo origen radica en la falta de amor por lo creado”
Los hombres no tienen ninguna justificación para sentirse aburridos de la vida, mucho menos para ignorar a sus semejantes. Ellos (los hombres) no son del mundo, pero están en el mundo.
Una atenta lectura al capítulo 17 del Evangelio según San Juan termina desmintiendo a aquellos que se sienten hastiados del mundo, así como a aquellos otros que se desentienden de sus asuntos. El Señor, al orar por Sí Mismo, por Sus apóstoles y por todos los fieles, no pidió que los hombres fueran apartados del mundo (versículo 15), sino que dijo algo completamente distinto: que ni Él, ni Sus fieles pertenecen al mundo ni a su espíritu perverso (versículo 16).
Así las cosas, los gobernantes y quienes ejercen alguna autoridad no tienen derecho a no dedicarse por completo a hacer que la vida de las personas sea mejor, y que el funcionamiento de los aparatos administrativos sea más eficiente (Idem Pablo en Colosenses 3, 23: “Todo lo que hagáis, hacedlo con gusto, como si sirvieseis al Señor y no a los hombres”). Luego, los hombres no tienen ninguna justificación para sentirse aburridos de la vida, mucho menos para ignorar a sus semejantes. Ellos (los hombres) no son del mundo, pero están en el mundo, y mientras sus pies sigan pisando esta tierra, están obligados a cuidarla de todas las maneras posibles.
Ese desinterés, esa indiferencia es una herejía surgida de una equivocadísima interpretación del capítulo 17 de San Juan, en tanto que el aburrimiento es un pecado cuyo origen radica en la falta de amor por lo creado.
(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Jurnalul fericirii, Editura Mănăstirii Rohia, Rohia, 2005, p. 274)