El agradecimiento ilumina nuestra vida
El agradecimiento es una flor rara, dice un refrán popular. Si asumiéramos como cierto ese dicho, dejaría de sorprendernos por qué hay tantos enfermos espirituales y tanto sufrimiento en el mundo. Solemos estar descontentos con nuestra vida, con las condiciones en las que vivimos y esperamos el momento en que habremos de recibir la alegría a la que hemos sido llamados, pero a la que no sabemos cómo llegar.
Los resultados de un estudio realizado por la Universidad Davis de California demuestran que las personas agradecidas tienen niveles más altos de emociones positivas, de satisfacción con la vida, vitalidad, optimismo y niveles más bajos de depresión y estrés. Tales personas no niegan o ignoran los aspectos negativos de su vida, pero dan una importancia menor a los bienes materiales y tienden menos a juzgarse a sí mismos y a los demás por su éxito material y bienes acumulados, son menos envidiosos y están predispuestos a ayudar a los demás. El mismo estudio demuestra que los fieles practicantes tienden a ser más agradecidos y creen más en la importancia e interrelación con los demás, son más empáticos y abiertos a los otros, más implicados socialmente en su comunidad.
El agradecimiento favorece el éxito personal
Siendo invitados a escribir un “diario de agradecimiento”, se observó un beneficio en lo que respecta a alcanzar objetivos: los participantes en el experimento registraron un progreso más rápido en el cumplimiento de sus objetivos personales (académicos, interpersonales e incluso referentes a su propio estado de salud). Observamos nuevamente cómo la ciencia actual demuestra lo que se sabía ya desde la antigüedad. En la Biblia encontramos frecuentemente el llamado a ser agradecidos. En el Salmo 91, se nos dice, “Bueno es alabar al Señor y cantar Tu nombre, Oh Altísimo”. El Apóstol Pablo nos invita también: “Canten en sus corazones a Dios, agradeciéndole, con salmos, laudas y cánticos espirituales” (Colosenses 3,15).
El agradecimiento no es sólo un reconocimiento y una gratificación por los dones recibidos, sino también una premisa para lo que aún no hemos recibido. Agradeciendo lo que tenemos, nos volvemos más abiertos, más receptivos a las bondades del Señor. San Isaac el Sirio dice que: “eso que guía los dones hacia el hombre es un corazón latiendo en permanente agradecimiento”.
El agradecimiento se aprende
San Isaac el Sirio insiste, “la boca que es siempre agradecida, recibe bendiciones de Dios, y el corazón que vive agradecido se llena de la gracia”. Y, con todo, ser agradecido no es tan fácil. Nuestra propia naturaleza y nuestro espíritu de conservación nos han enseñado a huir de los aspectos menos agradables de la vida y del dolor, considerándolos “malos”. Así, tendemos a buscar el placer y el bienestar, al creerlos “buenos”. Pero los problemas y el dolor nos acompañarán hasta que muramos. De esta manera, viendo cómo nuestras penas son tantas, nos resulta difícil ser agradecidos. Y, sin embargo, podemos aprender esto también. Un ejercicio de gran ayuda para la perseverancia en el agradecimiento por todo, aún por las cosas más pequeñas, es el hábito de anotar todo lo bello que encontramos, en nuestro “diario de agradecimiento”, al menos una vez a la semana (si no diariamente). Y la más eficiente actividad de agradecimiento nos la da el salmista, al decir, “¿Cómo podré agradecer al Señor por todo lo que me ha dado? Beberé de la copa de la salvación y Su nombre llamaré. Cumpliré con las promesas que le he hecho, frente a todo Su pueblo” (Salmo 115). Participar en la Divina Liturgia, comulgar del Cuerpo y la Sangre del Señor, llamar Su Nombre en nuestra oración y cumplir con los mandamientos, son pasos importantes del agradecimiento que todos debemos ejecutar, para ser conscientes que “el Señor es Bondadoso”.
“Aún no comprendo la providencia de Dios que me hace llegar al dolor”
He aquí un ejercicio de agradecimiento, escrito por la joven M., de 33 años. Ella tiene su propio “diario de agradecimiento” y nos compartió las siguientes líneas:
“Cuando comencé con mi diario de alegrías diarias, inevitablemente sentía la necesidad de agradecer por todo, viendo tantas cosas pequeñas y bellas. Estoy agradecida por lo que soy, por mi cuerpo, que me lleva y me trae. Cuando comulgo, siento que le agradezco a mi cuerpo, dándole el medicamento que necesita, las vitaminas y el descanso que requiere, la paz y la sanación de todas sus debilidades. Siento agradecimiento hacia los demás, cuando alguien me asombra con un gesto inesperado de cariño; por los que se comportan hermosamente conmigo, por los que me protegen y me cuidan con su forma de ser hacia mí, por los que oran por mí —porque me parece una forma de amor divino y difícil de cumplir— por los que perciben mis necesidades antes de que las exprese, por los que siembran en mí las semillas de la confianza de muchas formas, por los que me apoyan y me llevan en brazos cuando hace falta: mi confesor, mi familia, mis amigos y hasta los extraños que no me rechazan al conocerme, quienes sufren mi orgullo y demás defectos. Además, por los que me sonríen, por los enamorados y por los niños.
Le agradezco a Dios porque me dio una familia creyente, belleza, inteligencia, una gama de características espirituales que me han tenido viva hasta ahora. Porque existe la esperanza de la salvación, porque me ama, porque maravillosamente atiende mis deseos más secretos, esos que nadie conoce, porque yo sólo dije “quiero” y Él hizo el resto. Porque puedo comulgar.
Pero, desafortunadamente, olvido ser agradecida. He vivido y sigo viviendo momentos en los que no sé agradecer, cuando me saboteo con distintas creencias y no consigo ver la obra del Señor, creyendo que no tengo motivos para agradecer, porque las cosas no son como yo quisiera. O cuando me suceden cosas inesperadas y duras, que traen dolor y un poco de depresión. En mis penas aún no consigo entender la providencia de Dios al nivel de dolor, debido a las heridas, a la falta de fe y esperanza”.