El amor al prójimo excluye toda forma de envidia
Ora, pues, buen hombre, por quien te hace el mal, por quien peca, y agradece el bien que puedes hacerle a tu hermano.
No exista el “otro” para el cristiano. Yo he hablado mucho de mí mismo, pero, de hecho, estaba hablando de ti. Y cuando hablo de ti, no te conozco sino por medio de mí mismo, pero te conozco. Conozco tus anhelos, tus esperanzas, tus debilidades, tus pecados y tus rubores más profundos. Pero, con todo, te conozco en la grandeza que Dios puso en ti, como imagen y semejanza Suyas.
Cuando veas a tu semejante, por lejos que estén el uno del otro, desde un punto de vista estrictamente geográfico o incluso espiritual, convéncete de que es otro “yo” tuyo. También él, amigo o enemigo, necesita el mismo testimonio que yo. Ora, pues, buen hombre, por quien te hace el mal, por quien peca, y agradece el bien que puedes hacerle a tu hermano. Apartemos los celos y la envidia, porque eso que envidiamos del otro, es precisamente lo que Dios nos quiere dar.
Entonces, tengo que entender que ese otro “yo” ha alcanzado lo que mi “yo” no ha podido obtener, pero, por medio suyo, ambos lo obtenemos. Es, de cierta manera, algo que gano yo también. La muerte de mi semejante es también la mía. La vida de mi semejante es también la mía. San Siluano dice: “Bienaventurado quien ame a su semejante, porque nuestro hermano es nuestra propia vida”.
(Traducido de: Celălalt Noica – Mărturii ale monahului Rafail Noica însoțite de câteva cuvinte de folos ale Părintelui Symeon, ediția a patra, Editura Anastasia, 2004, pp. 85-86)