Palabras de espiritualidad

El amor de la Virgen demostrado aquel 1 de octubre: recordando un milagro acontecido a las cuatro de la mañana

  • Foto: Anda Pintilie

    Foto: Anda Pintilie

¿También tú, hermano, puedes ver a la Reina y Señora de todos, orando por todo el mundo?”. Y su discípulo le respondió: “¡La veo, santo padre, y me maravillo, porque la veo cubriendo a todos los que están aquí presentes con su venerable manto, que brilla más que el sol!”.

Año 911, 1 de octubre. Aprovechando que el emperador León el Sabio había partido con sus tropas a defender la frontera, los bárbaros se las arreglaron para penetrar hasta las proximidades de la ciudad. Llenos de pavor, los habitantes huyeron por las calles de la ciudad, buscando en dónde refugiarse y llevándose consigo a los peregrinos que habían venido a visitar el Monasterio de la Madre del Señor.

Unos habían caminado horas enteras, otros durante días, con tal de llegar a los oficios litúrgicos de toda la noche en honor del ícono milagroso llamado “Mediadora”. Sabían que a lo largo de los años habían ocurrido muchos milagros entre aquellos que oraban con fervor pidiendo el auxilio de la Madre del Señor, representada en aquel ícono. Los oficios empezaron, y los sacerdotes y los fieles congregados empezaron a invocar el auxilio de nuestra Santisima Madre. Y ella les respondió. Literalmente. Eran casi las cuatro de la mañana, y la Madre del Señor apareció repentinamente delante de todos.

Los textos que se han conservado de aquella época dan testimonio de lo que ocurrió en aquellos instantes. San Andrés, llamado el “loco por Cristo”, con su discípulo, el beato Epifanio, elevaron la mirada y vieron a la Reina de los Cielos, a la Santísima Madre de Dios, como flotando sobre los fieles reunidos, y orando con lágrimas por todos. Su aspecto era refulgente como el sol, y en un momento dado cubrió a los fieles con su venerable manto, acompañada de las legiones celestiales y de una gran multitud de santos vestidos de un blanco resplandeciente, quienes la rodeaban, y entre los cuales parecían sobresalir dos: San Juan el Bautista y San Juan el Evangelista. Viendo esto, San Andrés le dijo a su discípulo Epifanio: “¿También tú, hermano, puedes ver a la Reina y Señora de todos, orando por todo el mundo?”. Y su discípulo le respondió: “¡La veo, santo padre, y me maravillo, porque la veo cubriendo a todos los que están aquí presentes con su venerable manto, que brilla más que el sol!”.

De acuerdo al Sinaxario del Menaión y a las Crónicas eslavas de Néstor, los dos escucharon las palabras de la Virgen, dirigidas en oración a su amado Hijo y Dios nuestro, Jesucristo:

“Oh, Rey Celestial, escucha a quienes glorifican e invocan en todo lugar Tu santísimo nombre. Santifica y enaltece a quienes te exaltan, así como el lugar desde donde lo hacen, escuchando las plegarias de aquellos que con amor me honran a mí, que soy Tu Madre. Acepta, también, sus promesas, y líbralos de toda necesidad y de todo mal”.

Desde entonces, la Iglesia Ortodoxa dedica este día para celebrar la protección de la Madre del Señor, con vigilias y oraciones, conmemorando aquel milagro. Agradezcámosle también nosotros a Dios, tal como lo hicieran los peregrinos de Blanquerna, porque contamos con la Madre del Señor como mediadora por nuestro bien y no olvidemos que “lo que Dios puede con Su poder, la Madre del Señor lo puede con su oración”