Palabras de espiritualidad

El amor es el deber universal de todos los hombres

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Nuestro Señor Jesucristo mora en cada uno de nosotros; así, desconsiderar o despreciar a un pordiosero, a un ladrón, a un leproso, a un hombre o a una mujer es igual a despreciar a Cristo Mismo, Quien es nuestro Señor y Salvador.

El hombre debe apreciar a su esposa como parte integrante de su propio ser, tal como nos lo enseña el Santo Apóstol Pablo: “Así deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia” (Efesios 5, 28-29).

San Juan Crisóstomo extiende esa responsabilidad de amar, que paradigmáticamente es reflejada en el matrimonio, a la humanidad entera. Cada ser humano debe amar a los demás seres humanos —hombres o mujeres, adultos o niños, ricos o pobres, esclavos o libres, amigos o enemigos, cristianos o no cristianos, santos o pecadores—, no solamente en virtud del hecho de compartir la misma naturaleza, sino también porque compartimos el mismo mundo, el mismo sol, la misma lluvia y el Mismo Dios. Ciertamente, San Juan nos recuerda que nuestro Señor Jesucristo mora en cada uno de nosotros; así, desconsiderar o despreciar a un pordiosero, a un ladrón, a un leproso, a un hombre o a una mujer es igual a despreciar a Cristo Mismo, Quien es nuestro Señor y Salvador.

Por ejemplo, nos aconseja lo siguiente: “Si ayudas a los pobres, no lo hagas con desprecio, porque, de hecho, no les estás dando a ellos, sino a Cristo. ¿Y hay alguien tan malvado como para rehusar tender la mano a Cristo?” (Homilía XIV sobre la Primera carta a Timoteo). A continuación, San Juan Crisóstomo parafrasea las palabras de Cristo, nuestro Señor, (Mateo 25, 31-46), para ayudarnos a entender esta verdad divina:

“Si no recompensáis, dice Él, el sufrimiento que he soportado por vosotros, demostrad, al menos, piedad por Mi pobreza. Y si no queréis ser compasivos con Mi pobreza, al menos ayudadme en la enfermedad y consoladme cuando esté en prisión. Y, respetando lo que está en vuestra naturaleza, sentid piedad de Mí cuando me veáis desnudo, recordando que desnudo fui clavado en la Cruz por vosotros. Y si no, al menos recordad que hoy en día sigo desnudo en cada uno de estos pequeños Míos” (Homilía XV sobre la Carta a los Romanos).

(Traducido de: David C. Ford, Bărbatul și femeia în viziunea Sfântului Ioan Gură de Aur, traducere din limba engleză de Luminița Irina Niculescu, Editura Sophia, București, 2004, pp. 100-102)