Palabras de espiritualidad

El ayuno, camino hacia la salud espiritual

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El ayuno que le agrada a Dios es espiritual y también físico; es acompañado y reforzado con oración, buenas obras, confesión y sellado con la Santa Eucaristía.

Lo primero que debe hacer el cristiano antes de ayunar, para empezar el trabajo de sanación de su alma, es reconcilarse con todos sus semejantes, porque Dios es amor y el mandamiento más grande es el del amor, que Dios dejara a los hombres. Una de las leyes del amor es el perdón y, cumpliéndola, derrotamos la ira.

El último domingo antes de que empiece el Ayuno de la Pascua, nuestro Señor Jesucristo dice, “si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también el Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes.” (Mateo 6,14-15). Para ser llamados “hijos del Padre Celestial”, debemos amar a nuestros enemigos, hacer el bien a los que nos odian y orar por los que nos persiguen y condenan (Mateo 5, 43).

Devolver bien con mal es una acción maligna; devolver mal con mal es algo animal; devolver bien con bien es una acción humana; y devolver mal con bien es una acción divina, una virtud cristiana.

Amando y perdonando vencemos la ira, fuente de tantos males. Por medio del ayuno extinguimos la fuente venenosa de los vicios que nos llevan a la muerte. En esto, San Basilio el Grande dice:

“El ayuno verdadero consiste en abstenerse del mal. ¡Rompe las cadenas de la injusticia, perdónale a tu prójimo sus faltas, dónale sus deudas! Sin embargo, tú, aunque no comes carne, te comes a tu hermano. Tú te abstienes de beber vino, pero no controlas los impulsos de tu cuerpo. Tú no comes hasta tarde, pero todo el día te lo pasas en los juzgados” (Sobre el ayuno, 10).

En el Tríodo, en uno de los versos del Ayuno Mayor, encontramos:

“Ayunemos de tal forma que nuestro esfuerzo sea bien recibido, agradable a Dios; el ayuno verdadero consiste en alejarse de la maldad, en saber controlar la lengua, en abandonar la ira, en renunciar a los deseos, a las murmuraciones, a la mentira y al juramento falso. Sólo así el ayuno es legítimo y aceptado” (Tríodo, I semana de ayuno, verso primero de las Vísperas del lunes).

Luego, los Santos Padres de la Iglesia Ortodoxa nos muestran que el desenfreno del vientre es el primer pecado capital, del que nacen todas las demás pasiones. Ciertamente, el hartazgo lleva usualmente a la pereza y al aturdimiento, que encienden al cuerpo en el desenfreno. Además, esos vicios deben pagarse con dinero, llevándonos al robo, a la mentira, a la avaricia. Y el que no puede obtener dinero, se entristece, se enoja y envidia al que sí lo tiene; así, se teje una cadena de grandes pecados, cuya consecuencia no es más que la muerte espiritual y física.

San Juan Crisóstomo nos exhorta a ayunar, así:

“No ayunen sólo con la boca y el estómago. También con los ojos, con los pies, las manos y todos los miembros de su cuerpo. Que las manos ayunen, permaneciendo limpias de hurtos y gula; que los pies ayunen, evitando ir a lugares de pecado; que los ojos no miren la belleza ajena; la boca debe ayunar de toda palabra vergonzosa e inútil”.

El ayuno que le agrada a Dios es espiritual y también físico; es acompañado y reforzado con oración, buenas obras y confesión; finalmente, debe sellarse con la Santa Eucaristía.

El tiempo de ayuno es uno de alegría espiritual, en el que sientes cómo te liberas de las cadenas del pecado, que te esclavizaban. Sólo los fariseos se entristecían al ayunar, porque lo hacían para ser elogiados por los demás y no para acercarse a Dios, así como lo dice el profeta Isaías:

“Ustedes ayunan entre peleas y contiendas, y golpean con maldad. No es con esta clase de ayunos que lograrán que se escuchen sus voces allá arriba. ¿Cómo debe ser el ayuno que me gusta, o el día en que el hombre se humilla? ¿Acaso se trata nada más que de doblar la cabeza como un junco o de acostarse sobre sacos y ceniza? ¿A eso llamas ayuno y día agradable a Yavé? ¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Entonces tu luz surgirá como la aurora y tus heridas sanarán rápidamente. Tu recto obrar marchará delante de ti y la Gloria de Yavé te seguirá por detrás.” (Isaías 58, 4-8).

Participando en todos los oficios que la Iglesia establece durante el ayuno, nuestro cuerpo y nuestra alma se fortalecerán con el poder de la gracia divina, para poder ayunar. La oración, junto al ayuno, son las dos alas que nos ayudan a elevarnos a la altura de la vida espiritual, llenos siempre del don de Dios.

En los Salmos, el ayuno es recomendado para los que sufren, sanando toda clase de enfermedades físicas y espirituales: “Pero yo, cuando se enfermaban, me vestía de saco, ayunaba, hacía penitencia, y no cesaba de rezar por ellos.” (Salmo 34, 12).

San Juan Crisóstomo nos dice que el ayuno nos fue otorgado por parte de Dios como un medicamento salvador, para vencer el pecado del desenfreno y dirigir nuestra atención a la actividad espiritual. Cuando ayunes, dale amor espiritual a la ira; al deseo, equilibrio y sobriedad.

Si ayunamos, los demonios se alejan, mientras que nuestro ángel guardián, lleno de alegría, se nos acerca.

El ayuno es un muro poderoso que Dios levantó frente a los pecados, es mansión de Cristo y fortaleza del Espíritu Santo; es señal de la fe y del amor, así como refuerzo de la sabiduría.