El clamor del hombre que implora el auxilio divino
No hay otro camino para que el hombre conozca su identidad, su imagen creada según el Arquetipo divino, que experimentar la dolorosa apertura a la acción de la Gracia, al misterio de la conformación del Cuerpo de Cristo, la Iglesia del Dios vivo.
“Señor, no tengo a nadie que me meta en la alberca cuando se agita el agua” (Juan 5, 7). Este es el drama del hombre que yace impotente al límite de sus capacidades, como una cruz en los confines de la Eternidad. Pero esta misma impotencia, esta misma extrema debilidad sensibiliza y ayuda al hombre a clamar por un Mediador y correr hacia Cristo con todo su ser, concentrándose desde lo ínfimo de su amor, y haciendo de su propio cuerpo una Cruz, un altar para la transformación espiritual.
No hay otro camino para que el hombre conozca su identidad, su imagen creada según el Arquetipo divino, que experimentar la dolorosa apertura a la acción de la Gracia, al misterio de la conformación del Cuerpo de Cristo, la Iglesia del Dios vivo.
(Traducido de: Părintete Philotheos Pharos, Înstrăinarea ethosului creștin, Editura Platytera, București, 2000, p. 5)