El clamor del pecador contrito
Solamente queda un clamor: “¡Señor, apiádate de mí! ¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí, porque soy un pecador!”.
Las personas que padecen de alguna enfermedad incurable, como el cáncer, viven soportando un sufrimiento atroz; pero quienes sienten en su interior la presencia del pecado que los separa de Dios, sufren de un dolor aún mayor. Así es como empiezan a considerarse los más pecadores de entre todos los humanos.
Y entonces una nueva energía brota en su interior, engendrando una oración de arrepentimiento que alcanza una intensidad tan fuerte, que su mente se detiene y las palabras cesan. Solamente queda un clamor: “¡Señor, apiádate de mí! ¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí, porque soy un pecador!”.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea experiența vieții veșnice, Editura Deisis, p. 168)