El corazón, la respiración y la experiencia del Espíritu
Estas son experiencias espirituales que no pueden ser transmitidas sino con las sombras de los paralelismos y las comparaciones físicas.
Necesitaré detenerme, luego de haber clamado a Dios. Con mi respiración, inspiro y expiro. Y si estoy atento a esto, notaré que hay un instante, justo entre esos dos movimientos, en que ambos parecen detenerse. Si no aprendo a respirar bien, mi vida, mi respiración, mi oración y todo lo demás que haga será confuso. Tendré que aprender a observar ese intervalo con mi oído, y veré que se trata de algo esencial en mi oración, más que mis palabras. Y si no clamo, no podré aprender una cosa tan sencilla como esta. Pero si clamo, constataré que sólo de esta forma mi alma se vuelve obediente a Dios, Quien me escucha.
Y veré que esto es lo más importante: que mis oídos estén atentos, en la más absoluta serenidad. Tendré que aprender, también, a callar, a escuchar, a estar, a esperar a que Dios me hable. Así es como lograré escuchar los latidos de mi corazón, pero no de mi corazón de carne, sino que sentiré mi espíritu vivo, mi ser, al Espíritu Santo. Porque todo proviene de Él. Si alcanzo el silencio, entenderé ese movimiento de respiración y escucharé el suave aleteo del Espíritu Santo, notando Su presencia, deseándolo y entendiendo qué significa: “no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo”[1], porque es algo que ignoraba.
Ciertamente, lo decimos con humildad, o con una supuesta humildad, porque hay algo que aún no entendemos: la Santa Escritura es algo que pide ser habitado, vivido. De lo contrario, cada uno de nosotros llevará una vida completaente exterior. Digamos que ahora quiero hablar de la Santísima Trinidad, y digo: “La Santísima Trinidad es un ser en tres Personas... Cristo tiene dos naturalezas, pero es una sola hipóstasis, una sola Persona”. ¿Qué significa esto? No entendemos más que los demás, los laicos. ¿Por qué? Porque puede que pensemos esto con la mente, pero es posible entenderlo solamente con el espíritu, por medio del Espíritu Santo.
Es necesaria una revelación, como la tuvo el Santo Evangelista Juan. Y la tradición nos cuenta bellamente que allí se partió la roca que estaba en la gruta, dejando tres grietas que le hicieron entender el misterio de la Santísima Trinidad, e inmediatamente dio testimonio y se puso a escribir sobre esto. ¡Qué hermosa tradición! ¡Tendría que partirse en dos, amados míos, el techo que está sobre mí, por obra del Espíritu, para verlo y entenderlo! “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”[2]. Hay que entenderlo, vivirlo y escribirlo, con la inspiración de Dios, porque de esto se trata la inspiración de Dios.
Así, la experiencia (del Espíritu) viene y creee en nuestra alma, y Dios se hace un sitio en nuestra existencia. Y Sus pasos y Sus palabras se mezclan con nuestros pasos y palabras, haciéndonos uno con Él. Sólo entonces obtenemos la experiencia de nuestra existencia y percibimos el sentido del descendimiento del Espíritu Santo, y comenzamos a desear obtenerlo, para poder decir alguna vez: “Ven y mora en nosotros, Espíritu Santo, y puríficanos de toda mancha”, porque nuestra alma está llena de suciedad y no podemos hacer nada.
Cuando esto suceda, amados padres y hermanos míos, cuando entendamos la cercanía del Espíritu y la necesidad de Su venida —pero aún no lo hemos obtenido— veremos que nuestro corazón late más fuerte. ¿Hemos notado cuán rápido nos late el corazón cuando estamos felices o cuando se nos anuncia que vendrá a visitarnos alguien a quien esperamos o a quien tememos? Este es el estado interior espiritual que tenemos. Sentimos aún más fuertemente esa espera silenciosa, llena de intranquilidad, que se expresa en lo exterior, para que la entendamos, para que la llamemos con ese significado, de los latidos del corazón. Estas son experiencias espirituales que no pueden ser transmitidas sino con las sombras de los paralelismos y las comparaciones físicas.
(Traducido de: Despre Dumnezeu. Rațiunea simțirii, Indiktos, Atena 2004)
[1]Hechos 19, 2.
[2]Juan 1, 1.