El deber de cuidar lo que sale de nuestra boca
Contando con tantos testimonios, esforcémonos en apartarnos de toda palabra inútil, especialmente de esas que perjudican el alma, acordándonos siempre del estremecedor Juicio del Señor.
La costumbre de hablar banalidades y la de perder el tiempo provienen de la falta del temor de Dios y de la carencia de la esperanza en las bondades que habrán de venir. Si temiéramos ser castigados, jamás hablaríamos inútilmente. Porque el Señor dijo que daremos cuentas, en el Día del Juicio, de toda palabra vana que hayamos pronunciado, porque el palabrerío vacío no trae ningún provecho al alma. Por eso, es necesario que nos refrenemos y no demos lugar a que de nuestra boca salga alguna palabra sin sentido. Es nuestro deber cuidar nuestro corazón y nuestra boca, y que hablemos solamente cosas ciertas, como personas íntegras y correctas, especialmente nosotros, que instruimos a otros con libros, para que no tengamos que escuchar: “Tú, que enseñas a otro, ¿por qué no te enseñas a ti mismo?” (Romanos 2, 21).
Porque una señal de vacuidad es hablar sin contenerse, como dice en el libro de Proverbios: “La boca que se mantiene habierta habla sin orden, y el insensanto multiplica sus palabras. Delante del lenguaraz no hables de la vida de otros”. Y Job les dice a sus amigos: “Mejor callen, porque el silencio les dará sabiduría”. Y otro dice: “Dichoso de aquel que no yerra con su lengua y aquel que vive sin reñir”. Y otra vez: “Cuida tu lengua, para librarte de las discusiones. El que acostumbra a hablar poco, hace que disminuya el mal”. Dice también el Eclesiastés: “Las palabras del sabio son recibidas con agrado, pero al necio lo pierde su propia lengua. Las primeras palabras de su boca son despropósitos, y el final de su discurso funesta locura”. Y en Proverbios leemos: “Quien ame a su vida cuidará lo que sale de su boca”- También el Apóstol subraya: “Que de vuestas bocas no salga nada vergonzoso, sino solamente cosas de provecho, cual don para quienes os escuchan”.
Así, amados hijos, contando con tantos testimonios, esforcémonos en apartarnos de toda palabra inútil, especialmente de esas que perjudican el alma, acordándonos siempre del estremecedor Juicio del Señor, del que Él mismo dijo: “En verdad os digo que de toda palabra ociosa que digan los hombres darán cuenta el Día del Juicio”. ¡Y a Él debemos toda gloria, por los siglos de los siglos! Amén.
(Traducido de: Proloagele, volumul I, Editura Bunavestire, pp. 372-373)