El devoto amor de un monje a la lectura del Salterio
Realizaba con gran amor los trabajos de obediencia que se le designaban y comía una sola vez al dia, después de leer el Salterio. De noche, dormía unas pocas horas, tendido sobre una viga de madera y hacía cientos de postraciones. Además, nunca faltaba a los oficios litúrgicos.
Esquema-monje Juvenal Bârsan, del Monasterio Slatina (1890-1968)
Este piadoso padre, amante del sacrificio, procedía de la localidad de Mălini (Suceava). En 1923, tomando el yugo de Cristo, entró al Monasterio Slatina. Luego de dos años, fue tonsurado y llegó a avanzar mucho en las virtudes monásticas. En 1949 recibió el Gran Esquema, y en 1968 partió a los brazos del Señor.
El trabajo ascético del padre Juvenal era el siguiente:
Todo el día permanecía en silencio, repitiendo con su corazón la “Oración de Jesús”. Realizaba con gran amor los trabajos de obediencia que se le designaban y comía una sola vez al dia, después de leer el Salterio. De noche, dormía unas pocas horas, tendido sobre una viga de madera y hacía cientos de postraciones. Además, nunca faltaba a los oficios litúrgicos.
Un día, el stárets le preguntó:
—¿A dónde va con tanta prisa, padre Juvenal?
Y el anciano le respondió:
—Tengo que llegar pronto a mi celda, padre, donde me espera el Salterio… ¡no puedo dejarlo solo!
Otro día, le preguntó:
—¿Por qué se le ve triste, padre Juvenal?
—Porque el día se está acabando y aún no he terminado de leer el Salterio. ¡Pero no comeré nada hasta no terminarlo! —respondió el padre Juvenal con una sonrisa.
Un día, el padre vio que en el cobertizo había un grupo de monjes conversando animadamente. Entonces, pasando por donde estaban ellos, dijo en voz alta: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”. Al escuchar esas palabras, los monjes se ruborizaron y cada uno se dirigió a su respectiva celda para cumplir con sus obligaciones.
Otro día, unos monjes le dijeron:
—Padre Juvenal, díganos unas palabras de provecho espiritual.
—¡Perdónenme, hermanos, yo soy solamente un pecador! ¡Pídanselo a un verdadero padre espiritual! —respondió él, bajando la mirada con humildad.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 633-634)