El esfuerzo ascético del cristiano y su importancia
La ascesis es el pulmón que hace que el Espíritu Santo llegue a nuestros corazones.
La ascesis personal del creyente, siguiendo el ejemplo monástico, comprende la paciencia, la templanza, el arrepentimiento, la humildad, la abstinencia, el ayuno, las vigilias, el hesicasmo, el esfuerzo y el dolor. Todo esto constituye la ascesis.
La ascesis es, ante todo, la llave que abre por completo nuestro ser para que entre Dios. «Aunque nos hallemos en la cima de las virtudes, siempre necesitaremos el esfuerzo de la ascesis», dice el abbá Filemón. «Sin importar si ya no enfrentamos tentaciones o tribulaciones, nuestra ascesis debe continuar todo el tiempo. ¿Quieres llegar a Dios? ¿Quieres servirle en verdad? ¿Quieres recibir el don divino? ¿Quieres pureza, alegría, libertad, teología, contemplación? ¿Quieres que tu vida sea una liturgia? Solamente tienes que hacer esto: “Ve y esfuérzate, porque se requiere de mucho esfuerzo y de un corazón contrito”». Lo que él nos recomienda, entonces, es permanecer en nuestro lugar y hacer lo que tenemos que hacer. No digo que cambies tu forma de vida, porque, ya que vives en el mundo, estás sometido incluso a lo más desagradable que hay en él. Viviendo en un mundo dominado por el maligno, es normal que sientas pesar y que a menudo seas tentado por él para que le sirvas. ¿Eres un hombre de familia? ¿Tienes esposa? Lo tuyo es algo que concierne al mundo: agradarle a tu esposa, y que ella te agrade a ti (1 Corintios 7, 33-34). Si te apartas de esto, ¿cómo podrías presentarte ante Dios? En este mundo, que te sofoca con su impureza y sus cosas turbias, tú eres un sacerdote, y el mundo es como la Santa Mesa del altar. Vive tu vida, pero “esfuérzate”, porque se nos pide “esfuerzo y un corazón contrito”, es decir, una vida ascética interior y personal. «Porque si simplemente yacemos y nos levantamos otra vez, no se nos dará lo que se obtiene con esfuerzo». El venerable Talasio escribe: «Quien ama a Jesús, se ejercita en el dolor». Entonces, el dolor, la ascesis, la perseverancia en el trabajo espiritual y la disposición interior de presentarnos ante Dios, especialmente en la noche, son el antídoto para la muerte y la forma de alcanzar el amor de Jesús. Y es que el hombre se inflama con la ascesis y el dolor, y se llena de otra fuerza, de otro poder, de otra forma de pensar, dirigiendo su mente al Espíritu Santo. La ascesis es el pulmón que hace que el Espíritu Santo llegue a nuestros corazones.
Así pues, lo que se requiere es nuestra liturgia personal, nuestra comunión mística con Dios.
(Traducido de: Arhimandrit Emilianos Simonopetritul, Tâlcuiri la sfintele slujbe, Editura Sf. Nectarie, pp.188-189)