El esposo debe amar sin límites
El esposo, para ejercer con facilidad su propio rol, debe portarse con su esposa —de acuerdo a las circunstancias— alguna vez como padre, otra como hermano, otra como amigo, pero siempre como cónyuge.
En el matrimonio, el amor se impone también por un motivo especial, mejor dicho, por unas particularidades determinadas. Se trata de la naturaleza femenina, que es creación y fruto del amor (la mujer fue creada de la costilla de Adán, justo al lado del corazón) y, en consecuencia, no puede encontrarse en su estado normal cuando le falta el amor. De ella misma brota el amor y con razón pide ser amada, siendo que ella, debido a su naturaleza y lugar, ama.
La historia y la realidad de las cosas atestiguan que si los esposos quieren vivir en armonía y en normalidad, debe existir un amor permanente entre ellos, sobre todo de parte del esposo hacia su mujer. Precisamente esto es lo que hizo Cristo con Su Iglesia. Se ofreció a Sí mismo para darle un lugar de honor. San Juan Crisóstomo, ese gigante de la Iglesia, exhorta al hombre a demostrar el amor que siente por su esposa, para que sepa que todo lo que él hace es para hacerla feliz. Desafortunadamente, esto es algo que ya casi no existe en nuestros días, y las consecuencias de ese vacío —terribles— son evidentes. El sentido y la naturaleza del matrimonio han sido falseados debido a la mezcla promovida por la civilización occidental, que no ha respetado nada de la persona humana y de esos valores espirituales y morales que con tanto sacrificio resguardaron nuestros antepasados.
Debido a que la multiplicación de la especie se obtiene por medio del matrimonio, el maligno, enemigo sempiterno de la humanidad, se esfuerza en derribarlo, destruyendo el vínculo del amor y de la unidad. (…)
El esposo, para ejercer con facilidad su propio rol, debe portarse con su esposa —de acuerdo a las circunstancias— alguna vez como padre, otra como hermano, otra como amigo, pero siempre como cónyuge. Si lo hace, conseguirá construir la serenidad y la armonía en el alma de su esposa, misma que, aunque muchas veces actúa con grandeza y sacrificio, en otras situaciones podría caer en el desaliento, debilitándose.
La manifestación del amor del esposo hacia la esposa no es una exageración, tampoco falsedad, porque sólo en el matrimonio legítimo se puede expresar el amor puro y verdadero, ya que, “los dos son un sólo cuerpo”. Ninguna otra manifestación de ternura y de simpatía puede confrontarse con esa realidad de ser “un sólo cuerpo” que caracteriza al matrimonio legítimo y que da origen a nuevas vidas humanas. Así las cosas, la misma descripción de lo femenino como más débil, reclama su complementación práctica con el amor del esposo... Por eso, a veces ese amor da lugar a que surjan los celos en la esposa. Y la mejor forma de de eliminar esos celos es, a propósito, la misma expresión limpia y activa del amor del esposo hacia ella.
No debe ponerse atención a las tentaciones, que sólo traen malas interpretaciones o conflictos. El esposo, especialmente, en su calidad de cabeza de familia, no debe traicionar el amor y el vínculo con su esposa, porque el maligno, con sus artimañas, no dejará nunca de atacarlos, intentando herir la raíz de la vida. Un ejemplo de verdadero consuelo y apoyo, utilizado por nuestros ancianos consejeros, son aquellas palabras que dicen, “No olviden nunca la primera semana de su matrimonio”. Los esposos deben ser los mismos de esos primeros días juntos. Nada debe haber cambiado desde entonces. Es importante recordarle a los hombres, aquel sabio consejo: “Vivan sabiamente con sus esposas, porque son criaturas más frágiles” (I Pedro 3,7). Esto significa que si la esposa se aleja de su camino, todo se puede arreglar con amor y ternura, no con regaños e ira. No le hagas observaciones a tu esposa cuando se equivoca, menos cuando esté bajo presión o cuando atraviese una tentación. Pon en acción las palabras de David, “Pero yo, como un sordo, no podía escuchar y cual mudo estaba con la boca cerrada” (Salmos 37, 13).
En otro momento, cuando estén ya sólos los dos, abrázala con ternura y dile: “¡Cuánto te amo! Quiero que seas dueña de tu dignidad. Y lo que hiciste no te honra”. Sólo entonces aceptará que se ha equivocado y se arrepentirá. Todo esto es fruto de la experiencia. Si la riñes justo cuando se equivoca o cuando está tensa, se empecinará, te contradirá, se enojará, dirá no sé cuántos pretextos o incluso mentiras. La sabiduría aparece sólo cuando se utiliza junto al medicamento del amor.
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, p. 118-121)