El hambre de eternidad y la gula del vientre
El estrecho vínculo entre cuerpo y alma hace que las pasiones carnales se entrelacen con las espirituales, o que se condicionen recíprocamente.
Ya que la estructura del hombre es doble, hay pasiones del cuerpo y también pasiones del alma. La gula del vientre es considerada por San Juan Damasceno como la primera de las pasiones del cuerpo, entre las que también están, siempre en relación con los alimentos, la voracidad, la fruición, la embriaguez y el hábito de comer a escondidas. El estrecho vínculo entre cuerpo y alma hace que las pasiones carnales se entrelacen con las espirituales, o que se condicionen recíprocamente. En consecuencia, aunque la gula parezca un pecado meramente carnal, tiene implicaciones espirituales; el alma es, en el fondo, quien lleva a esa pasión, anhelando el placer que nos causan determinados alimentos. (...)
Evidentemente, Dios dispuso que el consumo de nuestros alimentos fuera también una fuente de placer. Este placer, en gran medida, se agrega al acto de comer, pero proviene también de la comida en sí misma. El problema surge cuando el placer de comer se convierte en un propósito en sí mismo, exagerándolo, dando la ilusión de que el anhelo infinito de la eternidad, sembrado por Dios en nuestro interior, puede ser de alguna manera mitigado por la comida o la bebida. En vez de una forma de comunicarnos con Dios y con los demás, la comida deviene en obstáculo y motivo de pecado. Esta pasión no concierne a los alimentos en sí mismos, sino consiste en el uso equivocado que el hombre les da. Así pues, la pasión no radica en la comida misma, sino en el estado espiritual del hombre y en el propósito que le impulsa. La gula, incluso la del vientre, se caracteriza también por el hecho de que jamás se siente satisfecha; mientras mas consumes, más te pide.
Las consecuencias de la gula del vientre son mucho más graves de lo que podrían parecer al principio, sobrepasando sus límites físicos (del cuerpo). San Juan Climaco confeccionó una larga lista de los pecados que pueden llevarnos a la gula, lista que bien podría completarse con otros más: el derroche, la injusticia, el juramento en vano, la embriaguez, el robo, la sensualidad, la usurpación, la desvergüenza, la voracidad.
Pero es posible que la consecuencia más grave es la que se avizora al final, tal como nos lo dice San Juan Damasceno: el hombre voraz desprecia a Dios y a Sus mandamientos divinos; se le olvida su noble ascendencia divina, se vuelve salvaje con su semejante, oscurece su propia razón y le impide que vea la verdad.
(Traducido de: Costion Nicolescu, Mic tratat de iubire, urmat de alte iubitoare studii și eseuri, Editura Doxologia, Iași, 2012, pp. 175-178)