El inicio de la semana litúrgica ortodoxa
La semana litúrgica empieza, entonces, con el domingo, y se inaugura con las vísperas en el ocaso del sábado.
Una de las fórmulas utilizadas en el culto de la Santa Iglesia, que escuchamos al final de cada expresión litúrgica, es: “Ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén”. ¿Qué es lo que quiere enfatizar esta expresión litúrgica?
La mayoría de escritores cristianos vinculan esa fórmula a la realización y comprensión del tiempo físico, en el marco del espacio litúrgico. En palabras simples, el tiempo en la Iglesia tiene un valor y un sentido diferentes al físico. Existe, así, un “tiempo de la salvación”, siendo Dios Aquel que le da ese propósito al tiempo.
En este sentido, la medida del tiempo en el espacio litúrgico es diferente a la formas civiles que todos conocemos. Si, en modo normal, un día empieza con la medianoche, el día litúrgico empieza con el atardecer, cuando se ofician las vísperas.
Este uso fue heredado de la tradición judía, puntualizada en el libro del Génesis, donde los días de la creación son enumerados empezando con el atardecer y continuando con la aurora: “Y atardeció y amaneció: día primero” (Génesis 1,5).
Cada grupo o ciclo de siete días litúrgicos conforma una semana litúrgica. Debido a la importancia que se le da al domingo, día de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo —también el día en el que los apóstoles y, más tarde, los primeros cristianos celebraban la Eucaristía—, este día fue considerado el primero de la semana.
La semana litúrgica empieza, entonces, con el domingo, y se inaugura con las vísperas en el ocaso del sábado. De esta forma de medir el tiempo depende también la sucesión de los ocho tonos o modos de cantar de la Iglesia. Así, las vísperas de la tarde del sábado comienzan con el canto de un tono, que dura una semana y regresa de ocho en ocho semanas, comenzando con el Domingo de la Santa Pascua.