Palabras de espiritualidad

El inmenso don de la serenidad

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Esta es una razón de peso por la que los ascetas y los monjes se apartan del mundo y lo terrenal y se retiran a los monasterios o a las ermitas, donde viven y alcanzan las bondades de la quietud.

La serenidad frente a los ruidos exteriores, frente al bullicio de los hombres, los sonidos ensordecedores de las máquinas, los instrumentos musicales, y todo lo que se le parezca. La quietud frente a la multitud de personas, las manifestaciones mundanas, las conversaciones, los encuentros, las polémicas, las agitaciones y toda clase de tentaciones. La quietud frente a las cosas interesantes, los asuntos y ocupaciones, las aspiraciones, preocupaciones, viajes, reivindicaciones. La calma frente a las perturbaciones interiores del alma: contradicciones, fantasías, dudas, confusiones, monólogos internos, juicios y movimientos íntimos.

El hombre de paz está libre de muchos males y de la desolación. Por desgracia, los hombres nos turban con sus pasiones: los iracundos con su enfado, los habladores con su verborrea, los envidiosos con su malicia, los depravados con sus inclinaciones carnales, y así sucesivamente. Sus pasiones despiertan las nuestras; y nuestras pasiones, una vez exacerbadas, alejan la serenidad. (…)

Esta es una razón de peso por la que los ascetas y los monjes se apartan del mundo y lo terrenal y se retiran a los monasterios o a las ermitas, donde viven y alcanzan las bondades de la quietud: el consuelo, la paz, la alegría, la santificación y la perfección. El mismo Dios nos exhorta a la quietud.

(Traducido de: Arhimandritul Spiridonos LogothetisDeprimarea și tămăduirea ei, Editura Sofia, București, 2001, pp. 48-49)