Palabras de espiritualidad

El límite entre el placer puro y el pecado

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Dios acepta el estado natural del hombre. Él ama la normalidad. El pecado interviene en el momento en que las cosas dejan de ser normales.

Actualmente —en apariencia, más que nunca—, el erotismo y el deseo de placer son preferidos al amor ágape [amor al prójimo]. ¿Cómo recomponer esa situación? El amor ágape es un término algo pretencioso. Dios acepta el estado natural del hombre. Él ama la normalidad. El pecado interviene en el momento en que las cosas dejan de ser normales. Es pecado todo lo que tiene que ver con el placer, pero no todo lo agradable que Dios nos dejó tiene por qué ser pecado. Porque las sustancias químicas, por ejemplo, como las hormonas femeninas y masculinas, son obra de Dios. Hay cierta grandeza escondida en ellas, la grandeza de la creación de Dios. Por eso no debemos ver lo placentero como pecado, cuando existe la bendición de Dios, como en el caso del matrimonio. Porque lo que nosotros llamamos eros es algo agradable a Dios, sobre todo en la medida en que lleva al hombre al amor ágape, perfecto y desinteresado. 

(Traducido de: Părintele Nicolae Tănase, Soțul ideal, soția ideală,Editura Anastasis, 2001, p. 107)

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