Palabras de espiritualidad

El llamado de Dios, la voz de la conciencia y el ejemplo de vida de un joven que habría de convertirse en santo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

“El hombre siente en su interior el llamado a hacer algo bueno, como si se tratara de una voz que baja del Cielo. Pero también está la voz de nuestro propio “yo”. La conozco muy bien. Pero la voz que tengo que oír no es la de mi egoísmo ni la que proviene de mi naturaleza humana, creada desde la arcilla, sino una que espero desde lo Alto…”

Cuando la familia de joven David salía a trabajar en el campo, después de almorzar todos sentían la necesidad de sentarse a descansar un poco. En ese lapso, David desaparecía. Todos creían que se retiraba a descansar a la sombra de algún árbol. Pero un día descubrieron que lo que hacía era apartarse para poder orar en paz. Y oraba con tanta fuerza, que se olvidaba de todo lo que había a su alrededor.

—Hijo mío, ¿no quieres descansar un poco tú también, ya que hay tanto calor? —le preguntó su mamá.

Y él respondió:

—Cuando empiezo a orar, no siento ni calor, ni frío… nada. Me agrada mucho hablar con Jesús, pensar en Él y agradecerle por todas Sus bondades. Créeme, mamá, esto me reconforta tanto, que es como si me tendiera a descansar. Ustedes sí que necesitan dormir un poco, después de trabajar con tanto ahínco. Yo ni siego ni cosecho, porque tampoco siembro nada. Yo vengo con ustedes únicamente para no quedarme solo en casa. Pero, cuando me toca quedarme en casa, le agradezco a Dios, a Jesucristo, Quien se apiada de mí y me escucha, me cuida y me da todo lo que necesito para mi crecimiento espiritual. También a ti te lo agradezco, mamá. Si algún día me voy de la casa, nunca olvidaré todo lo que hicieron por mí, y toda mi vida les estaré agradecido.

—¡Cristo Dios! ¡Santísima Virgen María! Pero ¿por qué habrías de irte de la casa? Tú serás el párroco de este lugar, el sucesor de tu padre, cuando tengas la edad necesaria para ello. Esto ya lo decidimos con él.

—Puede que así sea, mamá. Pero solo Dios lo decidirá, si esa es Su voluntad. Y si Él no lo quiere, nada de eso pasará. Por ahora, lo que necesito es encontrar un padre espiritual.

—¿Pero no tienes a tu padre como consejero? Él es el padre espiritual de todos en el pueblo y está siempre a tu lado.

—Mamá, se te olvida que un día dijo: “No tengo nada más qué enseñarle a David. Incluso a sus maestros les pregunta cosas que ni ellos saben”. No te preocupes, mamá, mi último maestro me dijo que hay padres espirituales más experimentados, anacoretas y monjes, que han avanzado mucho por medio de la oración, la templanza, el estudio de las Santas Escrituras, visitando distintos lugares de peregrinación y acudiendo a muchos padres espirituales llenos de sabiduría. No necesito estar en casa perdiendo el tiempo, sino que quiero salir a buscar el padre espiritual que me va a guiar y aconsejar tal como me es necesario, indicándome a qué debo renunciar y qué hacer. Así pues, tengo que esforzarme mucho para que Dios me llame a servirle de algún modo. Hasta ahora no lo he hecho, ni me ha faltado nada, ni he seguido ningún canon de ayuno, vigilia y oración durante las horas de la noche.

—Hijo mío, me estremece lo que dices.

—¿Por qué, mamá? Te asombra lo que te digo… es normal. Los años pasan y yo voy aprendiendo cosas, como es natural. Todo esto que te digo son cosas que me ha enseñado mi mentor. Pero todo eso tiene que volverse acción. Y es imposible actuar desde la banca de una escuela. Acuérdate lo que decía aquella mujer: “Tal como el naranjo no es capaz de mantener sus frutos en las ramas para siempre, tampoco la madre puede mantener a sus hijos a su lado para siempre”.

—Las palabras que dices están llenas de sabiduría y me llena de admiración escucharte hablar así, pero tengo miedo, hijo mío, porque aún eres pequeño. Deseas más de lo que deberías y de lo que puedes enfrentar —reconoció la madre de David.

—No es bueno que hables así, mamá. El hombre siente en su interior el llamado a hacer algo bueno, como si se tratara de una voz que baja del Cielo. Pero también está la voz de nuestro propio “yo”. La conozco muy bien. Pero la voz que tengo que oír no es la de mi egoísmo ni la que proviene de mi naturaleza humana, creada desde la arcilla, sino una que espero desde lo Alto. Todavía no ha venido, pero siento que en algún momento se hará presente.

(Traducido de: Cuviosul David „Bătrânul” - „Copilul” Înaintemergătorului, traducere din limba greacă de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 31-32)