El llanto: nuestro más sincero embajador ante Dios
El llanto nace del sentimiento de falsedad, de la pequeñez, la suciedad y la impotencia de ser hombre.
El llanto nace del sentimiento de falsedad, de la pequeñez, la suciedad y la impotencia de ser hombre. El llanto es nuestro más sincero embajador ante quienes puede ofrecernos protección y auxilio, especialmente ante Dios, Quien es el único digno de darnos consuelo.
El llanto no existe cuando el hombre se halla en el seno del amor pleno y la protección de Dios. A esto se le agrega el castigo pedagógico que el hombre debió soportar después de la caída.
No creo que exista, en todo el espectro del arrepentimiento, un medio y una medida tan benefactora, que ofrezca resultados tan inmediatos, como el llanto. Lo primero que tuvo que enfrentar nuestro primer antepasado, después de su falta, fue el llanto. Tristemente, esto lo heredamos todos los que descendemos de él. Este fruto de nuestra propia infelicidad fue gustado también por nuestro mismo Señor. Aunque Él no lloró por Sí mismo, sino por nuestra corrupción e iniquidad.
De esta manera, el primer fruto por excelencia que nos ofreció este valle de lágrimas (el mundo después de la caída) es el llanto, las lágrimas. No creo que haya existido alguna persona que no las haya experimentado. Podemos, así, transformar este veneno, el de nuestro castigo, en un medicamento salvador y, desde luego, ser nombrados felices. Ciertamente, “los que lloran” y “los que derraman lágrimas” son todos los que habitan este planeta, aunque felices son llamados sólo los creyentes y los que se arrepienten.
(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia)