Palabras de espiritualidad

El matrimonio consiste en apaciguar el corazón y el cuerpo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Permanecer sin casarse es algo contrario a la naturaleza, es oponerse a ella, quedando un vacío en la persona. Por eso, el monacato es un estado que supera al propio ser, es algo sobrehumano. ¡Precisamente esa es la razón por la cual la vida monástica es algo digno de admiración! 

Dios, para proteger al hombre del desenfreno, fundó el matrimonio. Es decir, si no puedes dominar tu propio cuerpo, tienes permitido gustar —legítimamente— del placer, únicamente dentro del matrimonio: “por eso, que cada hombre tenga su esposa y cada mujer su marido.” (I Corintios 7, 2).

El ser humano tiende, por naturaleza, al matrimonio. Su mismo ser le llama a ello. Permanecer sin casarse es algo contrario a la naturaleza, es oponerse a ella, quedando un vacío en la persona. Por eso, el monacato es un estado que supera al propio ser, es algo sobrehumano. ¡Precisamente esa es la razón por la cual la vida monástica es algo digno de admiración! (La escala, Prédica 15, 4). En consecuencia, el monacato no es un carisma del ser, sino de la voluntad. La voluntad (fuerza) interviene y apacigua la inclinación al matrimonio. El que pueda entender, que entienda: esa es la palabra de nuestro Señor Jesucristo (Mateo 19, 12).

(Traducido de: Arhimandrit Vasilios Bacoianis, Căsătoria. Secretele alegerii, secretele bucurie, secretele trăiniciei, traducere din limba greacă de Părintele Victor Manolache, Editura Tabor, București, 2010, pp. 17-18)