El misterio del tiempo
De cierta forma, el tiempo es el registro de los cambios que ocurren en los seres que tienen principio y final. El paso de los seres efímeros del principio al final se llama persistencia.
Dios no depende en absoluto del tiempo ni es limitado por este, sino que, de hecho, el tiempo depende de Dios y es limitado por Él. Es imposible dar una definición exacta de lo que es la eternidad y el tiempo, porque tanto la eternidad como el tiempo, en su naturaleza mística, son incomparablemente más grandes y más profundos que todas las nociones humanas. En su manifestación, el tiempo está hermanado con el espacio, y mientras la mente humana esté en este tipo de existencia y trabajo, no los podrá concebir el uno sin el otro. De cierta forma, el tiempo es el registro de los cambios que ocurren en los seres que tienen principio y final. El paso de los seres efímeros del principio al final se llama persistencia. La misma persistencia del tiempo en sí misma tiene un final, porque también el tiempo tiene una muerte. Pero la persistencia o perpetuación que no tiene ni principio ni final, y que no sabe de muerte, podría llamarse eternidad. Sin embargo, de esto no se puede concluir que el tiempo sea alguna adversidad ontológica de la eternidad. Al contrario, el tiempo, observado desde la cueva de nuestra efímera mente, parece una mística introducción a la eternidad.
Dios, Quien es eterno y existente por Sí Mismo, es el origen del tiempo, por eso la eternidad y el tiempo no se excluyen. Por eso, el tiempo descubre su sentido y su plenitud en la eternidad. De un modo divino, incomprensible para nuestra mente, Dios no es solamente anterior y posterior al tiempo, sino también simultáneo al tiempo, aunque no le pertenezca a este ni dependa de él. La existencia por Sí Mismo de Dios se manifiesta inevitablemente con la persistencia infinita, la eternidad. “Yo Soy el Alfa y el Omega, el principio y el final”, dice Dios nuestro Señor, “el que es [ὁ ὢν; сый], el que era [ὁ ἦν; иже бе] y el que vendrá, el Todopoderoso”. Siendo el principio y el final de todo ser, Dios es el principio y el final de cualquier persistencia, incluso la del tiempo mismo: “Yo soy el Primero y el Último”, dice el Señor. Dios, por la perfección de Su ser, es anterior a todo principio y posterior a todo final. “Yo soy el Primero y el Último”, dice el Señor. “Antes de Mí no hubo Dios y tampoco lo habrá después de Mí”. En relación con todas las cosas, Él es “el Dios eterno”. El salmista David, con el corazón lleno de gozo, le habla así: “Antes que surgieran las montañas, antes que la tierra y el mundo se engendraran, desde siempre y por siempre tú eres Dios”. La eternidad no se puede medir, ni siquiera aproximadamente, con algo pasajero. Nuestras medidas de tiempo no son las mismas que las medidas divinas.
(Traducido de: Sfântul Iustin Popovici, Dogmatica Bisericii Ortodoxe, volumul I, Editura Doxologia, Iași, pp.151-152)