Palabras de espiritualidad

El monasterio no es un escape ante las responsabilidades de la vida, sino un llamado divino

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El monasterio no es como te lo imaginas: “un lugar tranquilo, mucha oración, y el cumplimiento sereno de la obediencia”. Eso sería una vida mecánica. ¡Pero no te puedes imaginar qué luchas y qué tentaciones han tenido que enfrentar quienes han pisado esta arena de la vida espiritual!

Esta errada idea sobre los monasterios de monjas, que también tú compartías, no es sino un juicio de lo más mundano. Las personas no entienden que debe existir un llamado divino para asumir esta forma de vida, sin el cual el hombre no puede abandonar —por sus propias fuerzas— el mundo y sus placeres tan engañosos y falsos, aunque se entremezclen con problemas y dolor.

Entrando en el monasterio, tenemos una sola esperanza: la salvación de nuestra alma. Y, para esto, tenemos que enfrentar toda clase de pruebas, tentaciones y problemas que nos harán conocer nuestras propias enfermedades espirituales, nuestras impotencias y los vicios que se esconden dentro de nosotros. Sólo por medio de las penas y las tentaciones se puede obtener la sanación del alma, pero no así como te lo imaginabas tú: “un lugar tranquilo, mucha oración, y el cumplimiento sereno de la obediencia”. Eso sería una vida mecánica. ¡Pero no te puedes imaginar qué luchas y qué tentaciones han tenido que enfrentar quienes han pisado esta arena de la vida espiritual! Si lees con atención las primeras tres fases de la “Escalera” de San Juan Climaco, lo entenderás, teóricamente. Pero otra cosa es obtener esa experiencia. De todas formas, esta forma de vida no es para ti. Luego, sigue el camino que te dio el Señor. Sé una cristiana humilde, una esposa amorosa y una madre cuidadosa. Tal es tu deber. Pídele a Dios que te ofrezca la ayuda necesaria en todas tus tareas. Recuerda, además, que quienes viven en este mundo tampoco pueden escapar de distintas tentaciones, necesarias para que conozcan sus impotencias y, así, llegar a ser humildes. Andando el camino de la virtud, no se puede evitar atravesar penas.

(Traducido de: Sfântul Macarie de la Optina, Sfaturi pentru mireni, Editura Sophia, București, 2011, p. 46)