Palabras de espiritualidad

El Nombre de Jesús y todo lo que abarca

    • Foto: Silviu Cluci

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Translation and adaptation:

En Su gloria infinita, el Nombre de Jesús es meta-cósmico. Cuando pronunciamos este Nombre, Cristo, llamándolo para que se comunique con nosotros, Él, que todo lo llena, nos escucha y nos hace entrar en una relación viva con Él.

No es un asunto baladí subrayar que en la “Oración de Jesús” no hay nada automático o mágico. Si no nos esforzamos en guardar Sus mandamientos, inútilmente invocamos Su Nombre. Él mismo dijo: “No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo. Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor!, hemos hablado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios y realizado muchos milagros. Entonces yo les diré claramente: Nunca les conocí. ¡Aléjense de mí ustedes que hacen el mal! (Mateo 7, 22-23). Es importante parecernos a Moisés, quien supo cumplir su cometido con paciencia, como viendo a Aquel que no se ve (Hebreos 11, 27) y llamarle a Él con la conciencia de los vínculos ontólogicos entre el Nombre de Aquel a Quien invocamos y la Persona de Cristo. Nuestro amor a Él crecerá y se perfeccionará, en la medida en que se multiplique y se profundice nuestro conocimiento sobre la vida del amadísimo Dios. Cuando amamos a alguien “humanamente”, con un sentimiento agradable, pronunciamos el nombre de aquella persona y no nos cansamos de repetirlo. Lo mismo debe ocurrir con el Nombre del Señor. Cuando la persona que amamos nos muestra, poco a poco, sus dones, nuestro afecto hacia ella crece aún más, porque apreciamos esos nuevos rasgos con mucha alegría. Lo mismo ocurre con el Nombre de Jesucristo. Nosotros descubrimos, con un cautivante interés, en Su Nombre, nuevos misterios de los caminos de Dios, y nosotros mismos nos volvemos portadores de esa realidad que mora en Su Nombre. Por medio de este conocimiento vivo nos hacemos partícipes de la eternidad: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo (Juan 17, 3).

¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros y de tu mundo!

El Nombre de Jesús nos fue dado de lo alto, por revelación. Éste viene de la esfera de la Divinidad eterna y no podría ser, de ninguna manera, una creación de la razón humana, aunque sea expresado por medio de una palabra creada. La revelación es un acto, una energía Divina y pertenece a otro plano, trascendiendo las energías cósmicas. En Su gloria infinita, el Nombre de Jesús es meta-cósmico. Cuando pronunciamos este Nombre, Cristo, llamándolo para que se comunique con nosotros, Él, que todo lo llena, nos escucha y nos hace entrar en una relación viva con Él. (…) Orando con el Nombre de Jesucristo, nos situamos ante la plenitud absoluta del Primer Ser No-creado y ante el ser creado. Para entrar en la esfera de esa plenitud del Ser, debemos hacerlo habitar en nosotros, para que Su vida se vuelva también la nuestra, invocando Su Nombre, de acuerdo a la promesa: “El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él” (I Corintios 6, 17).

¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!

He tratado de explicar el sentido dogmático de la “Oración de Jesús”, porque en las últimas décadas he conocido distintas opiniones, completamente desnaturalizadas, con respecto a la práctica de esta oración.

(Traducido de: Arhim. Sofronie Saharov, Despre rugăciune, Mănăstirea Piatra-Scrisă, 2002, p.124-126)