El pecado hace que el hombre caiga en terribles extravíos espirituales
¿Qué es mejor? ¿Ser manso, humilde, sereno y tener el amor en tu corazón, o portarte irascible, insufrible, opuesto siempre a todos?
Hace muchísimo tiempo, los hombres vivían en un estado muy primitivo: no tenían casas, no tenían nada, de hecho. Entraban en sus cavernas, que no tenían ventanas, y bloqueaban la entrada con piedras y ramas, impidiendo incluso la entrada del aire. No entendían que afuera está la vida, el oxígeno. En su caverna, el hombre se descompone, se enferma, se hace nada, en tanto que afuera se llena de vida. ¿Puedes entender esta verdad? Cuando sales afuera, cuando recibes la luz del sol, ves todo lo que te rodea y su grandeza. Si no sales, te quedas en la oscuridad de tu cueva. Luz y oscuridad. ¿Qué es mejor? ¿Ser manso, humilde, sereno y tener el amor en tu corazón, o portarte irascible, insufrible, opuesto siempre a todos? Sin duda, lo más elevado que hay es el amor. Nuestra religión tiene todas esas bondades y esta es la verdad.
Los que niegan esta verdad están enfermos en el alma. Son como esos niños enfermos, que, debido a que no tuvieron padres —porque se divorciaron o porque simplemente se separaron—, terminan convirtiéndose en seres inadaptables. Todos los que andan perdidos terminan cayendo en la herejía. Son los hijos perdidos de unos padres perdidos. No obstante, todos esos perdidos e inadaptados tienen una fuerza, una perseverancia… y consiguen muchas cosas. Someten a personas normales y tranquilas, porque ejercen une influencia muy grande sobre ellas, sirviendo también al mundo, y así es como se hacen de muchos adeptos. También hay otros que, a pesar de que no tergiversan la verdad, siguen perdidos, porque tienen el alma enferma.
El pecado hace que el hombre caiga en terribles extravíos espirituales. Y esto no es algo que desaparezca por sí mismo. Solamente de la luz de Cristo viene esa salvación. El primer movimiento lo hace Él: “Venid a Mí…” (Mateo 11, 28). En consecuencia, nosotros, los hombres, recibimos esta luz con nuestra buena intención, misma que demostramos con el amor que sentimos por Él, con nuestras oraciones, participando en la vida de la Iglesia y también de los sacramentos.
(Traducido de: Ne vorbește părintele Porfirie – Viața și cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumenița, 2003, pp. 161-162)