Palabras de espiritualidad

El perdón, principio del amor

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El perdón es un acto de amor. Si perdono a mi semejante, estoy empezando a amarle.

El perdón está unido a la comprensión de nuestras debilidades y las del otro, a la necesidad que tenemos los unos de los otros. ¿Cómo no perdonar al otro, si yo mismo me siento lleno de pecados? ¿Quién puede decir que ha hecho todo lo que podía por los demás?

A veces, al enterarme de que alguien a quien conozco está enfermo, por comodidad respondo que estoy muy cansado y que no puedo visitarle... Hablo todo el tiempo, pero no cumplo con mis deberes hacia los demás. Realmente, puede que no haga el mal, pero tampoco hago el bien. Y esto significa dejar al otro en su soledad y su debilidad. ¡Cuántas veces hay alguien que necesita ser alentado, ayudado, consolado... pero yo no lo hago, porque soy siempre un pecador! Entonces, volviendo al tema principal, ¿por qué no perdono a los demás? ¿Por qué espero de los otros más de lo que yo mismo les ofrezco?.

Venimos a la iglesia para recibir el perdón de nuestros pecados. Necesitamos el perdón de Dios, porque tenemos conciencia de nuestro estado de pecadores. Tenemos muchas deudas con Dios y con los demás, hijos Suyos... pero no somos capaces de pagarlas. Un padre de la antigúedad decía que el hombre se siente perdonado cuando deja de pecar, cuando siente la fuerza que Dios le da para no pecar más. El perdón no es como un pago, es la fuerza de Dios que el hombre siente venir a su interior. Muchas veces ocurre que, luego de confesar nuestras faltas y recibir el perdón de Dios, por medio del sacerdote, sentimos la necesidad de exclamar: “¡Ahora sí que me siento bien, siento el poder de Dios en mí, siento que Él se alegra por mí!”.

Cuando dejo de juzgar a mi semejante, cuando le perdono, noto que hasta empieza a parecerme simpático. Mi relación con él cambia. Lo mismo ocurre cuando Dios me perdona. San Cirilo de Alejandría solía decir que Dios nos observa como a Sus propios hijos. El ve nuestros rostros en el de Su Hijo. Por eso, dice San Cirilo, debemos pedirle mucho a Jesús y unirnos con Él, para alcanzar un estado de sacrificio y de ofrenda de nosotros mismos ante el Padre. Entonces sentiremos el amor del Padre. El perdón es un acto de amor. Si perdono a mi semejante, estoy empezando a amarle.

(Traducido de: Marc-Antoine Costa de Beauregard, Preot Dumitru Stăniloae, Mica dogmatică vorbită, dialoguri la Cernica, Editura Deisis, pp.199-200)