Al que se arrepiente, el Señor le concede el Paraíso y el Reino eterno, para que venga a morar a Su lado. Por Sus abundantes misericordias, Él no se acuerda más de nuestrs pecados, tal como no se acordó de los del bandido que fue crucificado junto a Él. ¡Qué grande es Tu piedad, Señor! ¿Quién podría agradecerte como es debido, por habernos dado el Espíritu Santo ya desde esta vida?

¡Qué grande es Tu justicia, Señor! Tú les prometiste a los Apóstoles: “No os dejaré huérfanos” (Juan 14, 18); y ahora nosotros vivimos esa piedad, y nuestra alma siente también que el Señor nos ama. Y el que no lo sienta, que se arrepienta y que viva de acuerdo a la voluntad de Dios; sólo entonces Él le concedera Su Gracia, para guiar su alma. Así, cuando vemos a alguien pecando y somos incapaces de sentir compasión por él, la Gracia nos abandona.

(Traducido de: Sfântul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, pp. 129-130)