Palabras de espiritualidad

El sentido de la entonación de las “Bienaventuranzas” al comienzo de la Divina Liturgia

  • Foto: Ioana Zlotea

    Foto: Ioana Zlotea

“Con Adán fuisteis desterrados del Paraíso y perdisteis la felicidad, para cual habíais sido creados. El Paraíso os fue cerrado desde hace miles de años, pero ahora ha sido abierto nuevamente por el Hijo de Dios. Así pues, esmeraos en entrar en él, porque el Reino de los Cielos se toma a la fuerza, y solamente los decididos se adueñan de él” (Mateo 11, 12).

Voy a explicar la razón por la cual cantamos las “Bienaventuranzas” al comienzo de la Liturgia. Esta (la Divina Liturgia) es la rememoración de la vida terrenal de nuestro Señor Jesucristo, desde el pesebre hasta el sepulcro, desde la Resurrección hasta Su gloriosa Ascensión al Cielo. El Santo Altar representa el Reino de los Cielos o Paraíso; las “Puertas Reales” representan las del Paraíso o las puertas del Reino de los Cielos; el acto de abrir o cerrar estas puertas durante la Liturgia representa el abrir o cerrar de las Puertas del Paraíso. El inicio de la Divina Liturgia representa el comienzo de la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo con la humanidad, en tanto que la “Pequeña Entrada” con el Evangelio representa Su salida a predicar el Evangelio y la primera prédica en la montaña, en la cual encomia a quienes cumplen con Sus mandamientos y promete determinadas recompensas en el Cielo para quienes se esfuercen por Él en este mundo.

Cuando vemos las “Puertas Reales” abiertas como si fueran las del Reino de los Cielos y miramos al Señor con los ojos del corazón, Quien viene en misterio cuando la “Pequeña Entrada”, es normal que nosotros, quienes no somos sino unos desterrados en este mundo, oremos al Señor como el buen ladrón: “acuérdate de nosotros en Tu Reino, Señor”. La entonación o la lectura, en ese momento, de las “Bienaventuranzas” de Cristo, nos recuerda tanto Su salida al mundo y Su primera prédica en la montaña, como las virtudes que cada uno de nosotros debe tener para hacerse digno de entrar al Cielo abierto, al Paraíso abierto por la Cruz del Señor. Por medio de este ritual santificado, la Iglesia parece decirnos: “Con Adán fuisteis desterrados del Paraíso y perdisteis la felicidad, para cual habíais sido creados. El Paraíso os fue cerrado desde hace miles de años, pero ahora ha sido abierto nuevamente por el Hijo de Dios. Así pues, esmeraos en entrar en él, porque el Reino de los Cielos se toma a la fuerza, y solamente los decididos se adueñan de él (Mateo 11, 12). Y, para entrar en el Reino de los Cielos, que para vosotros fue abierto por la Cruz del Señor, se os pide que tengáis las siguientes cualidades y virtudes: pobreza de espíritu, llorar por vuestros pecados, mansedumbre, hambre y sed de justicia, misericordia, pureza de corazón, etc. ¡Obtenedlas y entraréis al Cielo!”. Este es el sentido de la “Pequeña Entrada” con el Evangelio, acompañada por la entonación de las “Bienaventuranzas” evangélicas.

(Traducido de: Sfântul Ioan din Kronstadt, Fericirile evanghelice în viața noastră, Editura Sophia, București, 2012, pp. 15-16)