El servicio a Dios y el servicio al prójimo
“¡Bendito padre…! Es mejor que les des a ellos y a sus familias ese dinero, en vez de preocuparte por adquirir cosas para el monasterio”.
Un día, el padre M. me contó lo siguiente: «No hace mucho tiempo, mientras oficiaba la Divina Liturgia, sentí un fuerte deseo de donar al monasterio, en memoria de mis padres y como ofrenda por la salvación de sus almas, un conjunto de Vasos Santos para el Altar. Antes de materializar mi intención, decidí pasar a buscar al padre Paisos, con quien desde hace muchos años he cultivado una bella amistad espiritual. Así, fui a visitarlo a su celda y, después de contarle lo que quería hacer, me preguntó:
—¿Tu monasterio tiene ya eso que quieres comprar?
—Sí, tiene varios cálices y otros objetos semejantes, muchos de ellos de cierto valor.
A continuación, el padre Paisos, quien conocía bien a mi familia, me preguntó:
—¿Tus hermanos trabajan?
Cuando le respondí que a veces tenían trabajo para un día, y a veces no, el padre me dijo:
—¡Perdóname, padre, pero tus hermanos tendrán cómo justificarse si deciden cambiar de religión! ¡Bendito padre…! Es mejor que les des a ellos y a sus familias ese dinero, en vez de preocuparte por adquirir cosas para el monasterio. Es suficiente con lo que ya tienen para servir en el Santo Altar.