El sufrimiento permanece mientras haya orgullo
En la humildad y en la paciencia durante el sufrimiento se muestra milagrosamente la obra de Dios, misma que nuestra limitada mente es incapaz de entender originalmente. Los que reciben el sufrimiento con paciencia y serenidad, después de haber pasado tantas veces y con éxito el umbral de las pruebas, se hacen por todo esto acreedores de muchas alegrías futuras, al traer consigo el fruto necesario para la salvación.
El sufrimiento nos da muchos dolores de cabeza. No pocos han considerado la salvación como un escape del sufrimiento. Pero lo que debe entenderse es que. si el alma se esfuerza en vivir de acuerdo a los mandamientos del Señor, muchas amarguras pasan y vienen más alegrías. El período de amargura dura lo que el orgullo en nosotros, junto a los otros pecados. El humilde, entonces, es el que llega más alto, porque frente a él nada puede resistir, ni las cosas, ni el maligno.
La humildad es eso que Dios ama más. Para el que es humilde todas las cosas cambian para bien; sabe amar a todos, sin poner su esperanza en nadie, porque la esperanza debe ponerse sólo en Dios. Cuando no estamos con Él, nos quedamos vacíos. Poco a poco empiezan a alejarse también nuestros familiares, amigos y conocidos, mientras que el maligno, que no descansa nunca, incita a nuestros enemigos a venir en contra nuestra.
El salmista David nos muestra en qué consiste la fuerza del hombre, cuando dice:
“Ni el arco ni la espada son mi fortaleza y mi esperanza, sino Tú, Señor” (Salmo 43, 8).
En tales palabras podemos ver cómo un rey manifiesta semejante verdad, diciendo que no en el número de sus súdbitos y en sus armas se sostiene, porque pueden fallarle en cualquier momento: son inconstantes. La historia es testigo de lo anterior, junto a todos esos que creyeron que podían basarse solamente en la vastedad de sus tropas y en su propia soberbia, sin tomar en cuenta el poder de Dios. Todos cayeron, imperios y emperadores, y lo hicieron de forma tan estrepitosa, que a la luz de los tiempos ni su rastro puede ya seguirse con claridad.
Las Sagradas Escrituras hablan categóricamente:
“El que se enaltezca será humillado, y el que se humille será enaltecido” (Lucas 18, 14).
En estas palabras se encierra una profunda ley. En la humildad y en la paciencia ante el sufrimiento se muestra milagrosamente la obra de Dios, misma que nuestra limitada mente es incapaz de entender inicialmente. Los que reciben el sufrimiento con paciencia y serenidad, después de haber pasado tantas veces y con éxito el umbral de las pruebas, se hacen por todo esto acreedores de muchas alegrías futuras, al traer consigo el fruto necesario para la salvación.
(Părintele Arsenie Boca, Lupta duhovnicească cu lumea, trupul şi diavolul, ediție revizuită, Editura Agaton, Făgăraș, 2009, pp. 61-62)