El verdadero privilegio del ser humano
El hombre se distingue de los demás seres también por su privilegio de ser sacerdote de la creación, de bendecir a Dios, de pedir Su bendición sobre otras personas y sobre las cosas.
El ser humano es no solamente un ser libre, sino también eucarístico. Cada uno de nosotros es tanto un rey como un sacerdote. Como dice el héroe, o, mejor dicho, el anti-héroe de “Memorias del subsuelo” de Dostoyevski: “Supongamos, señores, que el hombre no es un imbécil… Pero si no es un imbécil, ¡es asombrosa y terriblemente ingrato! Incluso podría decir que la mejor definición del hombre sería: un ser bípedo e ingrato… Él atrajo la maldición sobre el mundo; y lo que lo distingue, en primer lugar, de los demás animales, es el privilegio de maldecir…”.
Ciertamente, esto es real para el hombre caído, que ha vuelto su rostro a Dios, pero no para el hombre del modo en que fue pensado por Dios y como fue restaurado por Cristo. Para el hombre verdadero, la mejor definición, la primera cualidad que le permite ser lo que es, es la gratitud o la oración de agradecimiento. El hombre se distingue de los demás seres también por su privilegio de ser sacerdote de la creación, de bendecir a Dios, de pedir Su bendición sobre otras personas y sobre las cosas.
(Traducido de: Episcopul Kallistos Ware, Împărăția lăuntrică, Editura Christiana, 1996, p. 38)