El yoga y la destrucción de la personalidad del hombre
El yoga tiene un contenido puramente religioso, o mejor dicho idólatra, porque el panteón hindú, al igual que la acepción impersonal del elemento divino, se basa claramente en la fantasía humana y contraviene absolutamente la mente humana común y la realidad del mundo en el que vivimos.
León Brangk, Doctor în Teología
La palabra yoga proviene, etimológicamente, de la raíz indo-europea yug, en alemán Joch, en griego ζεύγ, y significa “unión” o “yugo”. Es decir, es la unión del “yo” individual con el elemento divino. En función del modo en que se perciba el elemento divino, sea como una de las innumerables deidades del hinduismo, cuyo número, de acuerdo a algunas estimaciones, llega a los 300 millones (¡!), o bajo una forma impersonal, no existe solamente una sola clase de yoga, sino varias. A estas deben agregarse aquellas formas de yoga en las que se enfatizan especialmente los actos de las personas. Con todo, el propósito final en todas estas variantes es el mismo: la liberación del “yo” individual del interminable ciclo de reencarnaciones, que en esencia constituye el cese de la existencia. En otras palabras, el yoga tiene un contenido puramente religioso, o mejor dicho idólatra, porque el panteón hindú, al igual que la acepción impersonal del elemento divino, se basa claramente en la fantasía humana y contraviene absolutamente la mente humana común y la realidad del mundo en el que vivimos.
Sobre el panteón hindú, es necesario mencionar las siguientes características: el inmenso número de dioses-ídolos (algunos con forma humana —con varias manos y piernas—, otros que son mitad hombre y mitad animal, y otros con una entera forma de animal), dan a cada uno una ilimitada posibilidad de elegir el dios que encaje mejor con sus propias pasiones.
En la “trinidad” fudndamental de los dioses del hinduismo, Brahma, Vishnu y Shiva son presentados así: el primero es el creador, el segundo es el conservador, y el tercero es el destructor de lo que el primero ha creado y el segundo ha conservado. Algunas veces, Shiva, que es identificado usualmente con el ideal yoga, es presentado con esas tres características.
En el Bhagavad Gita (un texto “inspirado por Dios”, una suerte de “evangelio” del hinduismo contemporáneo) vemos al dios Krishna enseñándoles a las personas distintas formas de yoga, es decir, formas de ascesis que conducen a la unión con Dios. Paralelamente, en la tradición hindú se enseña que Krishna engañó a 6 000 mujeres casadas, con las cuales tuvo 180 000 hijos.
El río Ganges es considerado una divinidad por el hinduismo, y por eso, bañarse en sus aguas, especialemente en la ciudad de Benarés (actualmente conocida como Varanasi), la ciudad santa de Shiva, se cree que limpia de sus pecados al hombre. No está de más mencionar que en dicha ciudad las aguas del río tienen un terrible grado de contaminación, causado por los desechos humanos e industriales que son vertidos en sus aguas, así como por los restos que quedan al incinerar cadáveres (el porcentaje de bacterias existentes en este punto del Ganges supera 10 000 veces el límite permitido).
El propósito fundamental del yoga, al cual nos hemos referido antes, se puede entender mejor en su más antigua forma estructurada, específicamente en un texto santo del hinduismo, llamado Upanishad (800-500 a. C.). En este texto predomina la convicción de que el mundo en el que vivimos y la misma vida son cosas negativas. Lo único bueno que hay es un elemento divino absoluto, sin forma e imposible de ser determinado, que se halla en lo profundo, en la base de la realidad humana, y se llama Brahman. Una parte de Brahman existe en lo profundo de cada ser, recibiendo allí el nombre de Atman. Este es comparado con el aire atrapado en una botella, al cual nadie puede ver y que tampoco tiene forma. Por su parte, la botella, que sí se puede ver y también tiene forma, es comparada con el cuerpo material, la forma exterior del hombre. Entre el cuerpo material y el elemento divino de cada ser humano se encuentra —de acuerdo con esta corriente— la mente, que tiene la cualidad de adherirse a cualquier cosa, y con esa unión formar la identidad del hombre. De esta manera, la mente, desde la posición que tiene, puede volverse, sea hacia el elemento divino, o hacia el elemento material que tiene distintas formas. Mientras más se adhiera la mente a las cosas materiales, la existencia individual, debido al poder absoluto de la ley del karma, queda sometida al ciclo de las reencarnaciones. Sin embargo, cuando se vuelva y se una al elemento divino, se librará de ese ciclo.
Para el hinduismo, la vida misma —debido al infinito ciclo de la reencarnación— es extremadamente dolorosa, sin ninguna perspectiva: es algo que tendría que causar repulsión a cualquier persona. El hombre, como ser, no tiene valor, no tiene unidad, ya que la existencia individual se halla continuamente en un estado de inestabilidad, en un estado de paso a otras formas de existencia. Y, especialmente, las probabilidades de que alguien renazca como persona en la siguiente reencarnación son extremadamente reducidas, si no ha hecho un progreso esencial en el yoga. Pero ¿cuál ese elemento de la existencia que atraviesa cientos de miles de formas en el ciclo de la reencarnación? Aquí se observa claramente la imposbilidad de una explicación racional. Lo llaman “esencia sensible”, “cuerpo etéreo”, sin saber, como se ve, de qué están hablando. ¿En base a qué razón este elemento indefinido, del cual ni siquiera tiene conciencia de su existencia, puede conducir al invididuo, en el ámbito de la ley del karma, a un “perfeccionamiento” de su existencia?
Como quiera que estén las cosas, para el hinduismo es inconcebible la noción de salvación, de integración, de perfeccionamiento del hombre en el marco de su vínculo con Dios y con sus semejantes. El hinduismo conoce solamente la noción de liberación, de liberación del ciclo infinito de reencarnaciones, de liberación de la vida misma. El ideal del hinduismo es el cese de la existencia individual, y esto puede conseguirse solamente por medio del yoga. En consecuencia, el yoga es el método que lleva a la muerte definitiva o, para expresarnos con las mismas palabras de los textos santos del hinduismo, a la destrucción de la existencia individual, en el marco del elemento divino absoluto, Brahman, como una gota de agua que se pierde en el océano. Esta situación es descrita en el ideal de los yoguis brahmanes, que, en el último nivel del yoga, llegan a un estado en el que dejan de comer y de comunicarse con el medio que los rodea, dejando también de percibir su propio cuerpo y, finalmente, en este estado de aislamiento absoluto, mueren. Antes de pasar a ese estado de aislamiento absoluto, viven la conciencia de su liberación: entienden que está por cesar el tormento de la vida y que no se reencarnarán más.
Luego, las relaciones humanas no están comprendidas en el ideal yoga. Solamente en los primeros estadios conocen una cierta aplicación, pero no en el sentido de la verdadera comunión, del verdadero interés por los demás, sino en el sentido de la recompensa. Practicando buenas acciones, la persona puede obtener una mejor reencarnación. En el epicentro se encuentra siempre el “yo” individual. La más alta manifestación de esta falta de comunicación son las expresiones auténticas del yoga: los maestros gurú.
La palabra gurú significa “aquel que disipa la oscuridad”. Estos individuos son muy experimentados en el yoga, guías espirituales de los demás. Sus adeptos —he elegido adrede la palabra “adepto”, como se verá más adelante— consideran que con la mediación del cuerpo materíal del gurú se manifiestan las energías divinas, y que estas les transmiten la chispa divina. Los gurús admiten de sí mismos ser seres iluminados, raros en la historia de la humanidad. Buscan y aceptan con placer y naturalidad las manifestaciones de adoración hacia su persona, como si fueran seres divinos. Años enteros de práctica de la meditación, que funciona como autosugestión, les han creado esa inamovible convicción y certidumbre. Semejantes formas de adoración son, por ejemplo, la aclamación multitudinaria de sus adeptos hacia su persona, la veneración que les presentan, postrándose hasta el suelo ante ellos y presentándoles toda clase de obsequios y ofrendas, así como la impresionante práctica (en el movimiento de Maharathi o en los que pertenecen al Hare Krishna) de entronizar a un gurú, mientras le lavan los pies con yogur, mismo que posteriormente es bebido por los adeptos que se encuentran presentes en la ceremonia. En el contezto de esta concepción del mundo y de sí mismos, en el marco de ese aturdimiento y auto-divinización, les parece normal toda clase de explotación hacia los que están en un nivel inferior, miembros de su propio movimiento. Para los adeptos, esa absoluta fijación al gurú se basa en la convicción de que él es el centro absoluto de sus vidas y, en consecuencia, viven y trabajan solamente para él. Aceptan que este les haga la autodenominada “resección del yo”, para que se conviertan en practicantes absolutos de su voluntad, es decir, en siervos fieles, con la esperanza de que alguna vez llegarán a ser hijos fieles de la arrogante “personalidad” del gurú.
En 1995, en Japón, cumpliendo ciegamente las órdenes del gurú Asahara, sus adeptos llevaron a cabo un ataque terrorista en el metro de Tokio con gas sarín. El resultado: 12 fallecidos y más de 5 000 heridos, de los cuales la mayoría quedaron inválidos para toda la vida. Un elemento inalienable de los adeptos lo constituye la denominada “santa ofrenda”, es decir, colocar todo lo que poseen a los pies del gurú. Haciendo esto, están obligados a mostrarle su gratitud al gurú por no haber rechazado la ofrenda y por haberlos librado de semejante carga y tormento. El punto culminante de este sometimiento al gurú se puede observar de la siguiente situación, que podría parecer inconcebible: en el caso de que se compruebe que los adeptos fueron víctimas de un falso gurú, está obligados a seguir a su lado y servirle, porque esto es lo que se merecen. Este gurú mentiroso concuerda con su karma, con los hechos de su vida anterior. Permaneciendo fieles a este, en una futura encarnación se beneficiarán de un gurú más “evolucionado”.
Muchos de nuestros griegos, practicantes del yoga, seguramente dirán que el suyo no tiene nada en común con la forma religiosa del yoga del hinduismo. Sin embargo, es bueno que entiendan que muchos maestros de yoga de origen “europeo” han estudiado y han sido instruidos, por ejemplo, en Satyananda Ashram, que posee, en todo el mundo, una bien deserrollada red de centros de yoga, cuyo credo es precisamente el que he descrito anteriormente.
A grandes rasgos, lo mismo es válido para el Método Silva (Silva Mind Control), el cual, aunque no se halla bajo el velo del yoga, utiliza muchas técnicas orientales, así como para el “Centro OM”, del gurú Sri Chinmoy y otros movimientos semejantes a nivel mundial. Su característica común es que se presentan bajo una fachada científica. Nada más falso que esto. ¿Qué tiene en común la ciencia con la “ley” del karma, con la fe en la reencarnación, con un elemento divino impersonal fantástico o con las deidades del hinduismo? Incluso allí en donde el yoga se presenta como una simple forma de gimnasia, este no tiene nada más que ofrecer. Tal como sostienen los expertos en el tema, el problema fundamental del hombre contemporáneo es su falta de movimiento, tanto en el espacio de su puesto de trabajo, como en su tiempo libre. Y el yoga, en vez de estimular el movimiento, lo limita aún más con sus ejercicios sedentarios.
Es un hecho probado que el yoga, en los países occidentales, como una trampa excepcional e inteligentemente dispuesta, atrae a europeos y americanos a la civilización del hinduismo. Su influencia se ejerce por medio de la música “religiosa”, la cocina india, la discusión sobre temas como el karma, las fuerzas ocultas del hombre, etc. Por medio de los mantras —grupos de palabras cortas que se utilizan al meditar, y que suelen expresar adoración a alguna de las deidades del hinduismo— los ingenuos occidentales, que se entusiasman con todo esto, son introducidos a la idolatría del hinduismo. Y para los que son aún más ingenuos, se inserta también el nombre de Cristo, Quien es presentado junto con Buda, Krishna, Ramacrishna, etc., como una personalidad en un plano espiritual aparte, como uno de los salvadores del mundo.
Fuente: marturieathonita.ro/yoga-o-metoda-de-distrugere-a-personalitatii-omului