Elogio del silencio que nos ayuda a la salvación
El hombre que reconoce sus pecados, sabe controlar también su lengua. El lenguaraz, al contrario, ni siquiera se conoce bien a sí mismo. El amigo del silencio se acerca a Dios y, entrando en un vínculo secreto con Él, recibe la luz divina.
La verborrea es el trono en el que usualmente se muestra y se pavonea la vanagloria. El hablar mucho es también el signo por el cual podemos reconocer a los ignorantes, la puerta por la que entra la difamación y el auriga que nos conduce a las alegrías más tontas. En verdad, la locuacidad es la sirviente de la mentira, la ruina de la humildad, el pregonero de la desidia, el predecesor del sueño, la dispersión de los pensamientos, la disipación de la paz espiritual, el enfriamiento del fervor del corazón, la oscuridad de la oración.
Al contrario, el silencio —acompañado del conocimiento— es la madre de la oración, protección en contra de la tiranía de los pensamientos, guardián del fuego espiritual, censor de nuestra mente, centinela que nos cuida de los enemigos, encierro del llanto, amigo de las lágrimas, obrero de la memoria de los difuntos, pintor que nos muestra los tormentos eternos, auxilio en el Juicio de Dios, propiciador de la contrición, adversario de la insolencia, compañero del sosiego, enemigo de los conocimientos inútiles, participación del discernimiento, coadyuvante en la perspicacia, progreso en la virtud, elevación en misterio hacia Dios.
El hombre que reconoce sus pecados, sabe controlar también su lengua. El lenguaraz, al contrario, ni siquiera se conoce bien a sí mismo. El amigo del silencio se acerca a Dios y, entrando en un vínculo secreto con Él, recibe la luz divina.
(Traducido de: Sfânful Ioan Scărarul, Scara Raiului, Editura Amarcord Timișoara - 2000, p.280-281)