En lo que concierne al arrepentimiento, todo parte del conocimiento de los propios pecados
Solemos sentir que somos pecadores, pero se trata de una realidad que se nos presenta de forma difusa y difícil de definir.
El arrepentimiento acompañado de la confesión son el núcleo de la correcta preparación para recibir la Eucaristía. Los esfuerzos y sacrificios previos sirven como preámbulo para esto, en tanto que la Santa Comunión viene a coronar y perfeccionar todo. Sin una contrición verdadera y una confesión completa, todos nuestros esfuerzos quedan sin fructificar, y la Santa Eucaristía no nos servirá para sanar nuestro cuerpo y alma. Así, examinémonos a nosotros mismos y ocupémonos de esto correctamente.
La confesión de los pecados nos libra de todas nuestras cargas, cuando logramos controlarnos a nosotros mismos y nos decidimos a dejar de pecar. Sin embargo, el hombre no podrá alcanzar el dominio de sí mismo hasta que no se arrepienta; no se arrepentirá, mientras no se condene a sí mismo, y no se condenará a sí mismo, en tanto desconozca sus propios pecados. Luego, en lo que respecta a la contrición, todo parte del conocimiento de nuestras propias faltas.
Así pues, que cada uno se examine detenidamente, para ver qué cosas han quedado sin enmendar en su vida. Desde luego, cada uno es capaz de decir de sí mismo que es un pecador, lo cual, efectivamente, todos afirmamos muchas veces. Es más, solemos sentir que somos pecadores, pero se trata de una realidad que se nos presenta de forma difusa y difícil de definir. No, eso no es suficiente. Entonces, al acudir a confesarnos, debemos entender con claridad qué hay de impuro y pecador en nuestro interior, y en qué medida.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Pregătirea pentru Spovedanie şi Sfânta Împărtăşanie, Editura Sophia, 2002, pp. 79-80)