¡En mi interior siento el Paraíso, hijo!
Nosotros, los monjes, tenemos que aprender a luchar contra pasiones y demonios. Si no alcanzamos esta filosofía, no importa todo lo que aprendamos, los diplomas que obtengamos, los grados que avancemos, ni las destrezas que desarrollemos
Geronta Efrén el Hagiorita (Filoteíta) – Sobre la forma de enfrentar las tentaciones
Así es como yo luchaba un tiempo contra una pasión, después contra otra, y cuando de repente aquella guerra se detenía y todo en mí se llenaba de paz por unos días, notaba cómo perdía todo progreso espiritual. Hasta que, ¡listo!, empezaba otra guerra, otra lucha. Finalmente, al amainar aquella contienda atroz, venía la Gracia de Dios.
Lo que quiero decir con esto es que nosotros, los monjes, tenemos que aprender a luchar contra pasiones y demonios. Si no alcanzamos esta filosofía, no importa todo lo que aprendamos, los diplomas que obtengamos, los grados que avancemos, ni las destrezas que desarrollemos; si en nuestro interior no nos volvemos juiciosos contra las pasiones y los demonios, nos haremos cada vez más pequeños ante el Señor. Y pasarán los años, hasta que nos toque partir de esta vida. A menudo decimos, llenos de convencimiento, que en algún momento empezaremos a envejecer, para luego morir. Pero es posible que no lleguemos a la vejez y que muramos siendo jóvenes. Por eso, es importante que aprendamos a estar siempre atentos y también a esforzarnos y a purificarnos, de manera que poco a poco podamos acercarnos cada vez más a Dios.
Mi stárets, cuando velaba, pasaba horas enteras sumergido en la oración. Venía el sueño —“demonio malvado”, como le decía— y, debido a su enfermedad, le costaba moverse como lo hacía yo, que era joven, para hacer algo que le ayudara a ahuyentar el sopor. ¿Qué hacía cuando lo atormentaba el sueño o cuando no encontraba el don de la oración? Empezaba a cantar los troparios específicos del entierro y en ese momento se acordaba de la muerte, la partida del alma y el Juicio Final, e inmediatamente se erguía y se echaba a llorar. Así, viendo que el sueño se disipaba, empezaba de nuevo con la oración en el corazón, ¡y no salía de su celda hasta completar siete u ocho horas orando! ¡Y esto lo hacía cada día! Recuerdo que me decía:
—¿Sabes qué hago, hijo?
—¿Qué cosa, padre?
—Estoy aquí y me hago con un tesoro cada día.
—¿Qué tesoro, padre?
—Mira, estoy aquí y me examino a mí mismo, para ver en dónde tengo alguna pasión, en dónde cedo, qué pasión me domina. Mi conciencia me lo muestra. Mi brúbula me muestra en dónde soy débil. Y en el acto empiezo a luchar contra dicha pasión. Al día siguiente me muestra otro punto débil. Y empiezo a luchar en ese lado. Así, luchando contra una pasión, después contra otra, etc., poco a poco empiezo a ver cambios en mi interior. Decían los Padres: “Trabajas cuando eres joven, recoges cuando llegas a viejo”.
—¿Qué quiere decir eso, padre?
—Veamos, hijo. Ahora que eres joven, aprende a luchar contra las pasiones, los pensamientos y las imaginaciones, ¡Esfuérzate en tu obediencia, persevera en tu trabajo, suda, vela! Todos estos trabajos y toda esta lucha constituyen una obra que lleva años enteros. Cuando tu cuerpo ceda y no tenga más fuerzas para luchar contra una u otra cosa, cuando pasen los años, habiendo hecho lo necesario de joven, Dios tomará esto en cuenta y te dará una “jubilación”, Y, en función de tu campo de actividades y del lugar, recibirás la “pensión” correspondiente. ¿En qué consiste esa retribución? En la Gracia de Dios.
En lo que a mí respecta, si me preguntaras, hijo, te respondería que en mi interior siento el Paraíso. La oración fluye con naturalidad, y la Gracia viene en abundancia. No veo más pasiones, siento que todas se han paralizado; la guerra ha cesado, no tengo más pensamientos, nada más me estremece. Todo esto no son cosas de hoy o de ayer, sino de mi juventud. Entonces todo eso tuvo lugar. Ahora ha llegado el momento de recibir el pago.