Palabras de espiritualidad

¿Es cierto que “sólo Dios perdona”?

  • Foto: Valentina Birgaoanu

    Foto: Valentina Birgaoanu

Translation and adaptation:

Así, cada noche esta oración nos acostumbrará a mantener una relación viva con Dios, día a día, hora tras hora, momento a momento, porque cualquier instante sin Dios es infierno y sufrimiento.

Entonces, ¿qué es el perdón? El perdón es el movimiento del alma, con el cual descubrimos, por una parte, que necesitamos recibir y ofrecer perdón, pero que no sabemos y no podemos hacerlo; y, por otra, que no necesitamos más que pedírselo a Dios. El perdón es amor, es la misericordia de Dios que viene a mí, para que se la ofrezca también a mi semejante o a aquel que me hirió, diciendo: “¡Señor, ven Tú y perdona!”. “¡Sólo Dios perdona!”, afirman muchos con contundencia, pero sin saber qué es lo que dicen, rehusando perdonar a sus semejantes... Lo que hacen es confirmar solamente la mitad del misterio del perdón. La otra mitad es el hecho de que Dios no perdona en algún sitio “en el Cielo”, sino en el alma del hombre. El perdón es la obra de Dios en el hombre, tanto para ofrecerle el perdón por sus pecados, como para concederle el poder de perdonar a quienes le han ofendido. Es la misma acción.

Sí, el perdón se pide también cuando deseamos otorgárselo a alguien más. Algunas veces puede ser muy sencillo. Veamos: cada noche, antes de acostarnos, podemos elevar una oración en cuatro pasos. Uno: “Señor, te agradezco y te bendigo porque hoy...”, y le exponemos las razones de nuestra gratitud por el dia que termina. Dos: “Señor, ayúdame a perdonar como perdonas Tú. Ven a mí y perdona a...”, y decimos el nombre de aquellos a los que queremos perdonar, como quienes nos ofendieron en el día respectivo. Aunque no nos parezca importante, perdonemos toda mirada recibida de mal modo o cualquier situación que recordemos, porque esto significa que de alguna manera aquello nos hirió y es necesario perdonar a quien nos causó aquel perjuicio. Sólo después de esto —como nos lo enseña el Señor en el “Padre nuestro”—, digamos. “Señor, perdóname a mí también, porque...”, recordando todas nuestras faltas ante Él y ante nuestros semejantes. Finalmente, el último paso: “Señor, ayúdame para que mañana...”, y le decimos los anhelos que tenemos para el día siguientr, presentándole toda nuestra esperanza. Así, cada noche esta oración nos acostumbrará a mantener una relación viva con Dios, día a día, hora tras hora, momento a momento, porque cualquier instante sin Dios es infierno y sufrimiento.

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Meşteşugul bucuriei vol. 2, Editura Doxologia, Iaşi, 2009, p. 21-22)