¿Es realmente imposible orar sin cesar?
Las Santas Escrituras nos demuestran que Dios no pide de nosotros cosas imposibles. Para aquel que anhela fervientemente la salvación, la oración con la mente no es un imposible.
Que nadie piense que sólo los clérigos y los monjes están obligados a orar sin cesar. Todos los cristianos debemos mantenernos siempre en oración, es decir, invocando con nuestra mente el Nombre de Dios.
El Patriarca Filoteo Kokkinos, al escribir la biografía de San Gregorio Palamás (arzobispo de Tesalónica) —quien es recordado el Segundo Domingo del Ayuno Mayor—, nos cuenta que este tenía un amigo a quien quería mucho, de nombre Job. Se trataba de un hombre muy sencillo, pero con una vida llena de virtud. Cierta vez, mientras conversaban, surgió el tema de la santa oración; así, San Gregorio concluyó que cada cristiano, sin diferencia alguna, debe orar permanentemente, siguiendo el mandato del Santo Apóstol Pablo, quien dijera: “¡Orad sin cesar!”. También el Santo Profeta David, aún siendo rey y teniendo otras preocupaciones, dice en los Salmos: “¡He visto al Señor ante mí, siempre!”, es decir que veía en misterio al Señor estando ante él, siempre por medio de la oración silenciosa de la mente.
De igual forma, San Gregorio el Teólogo señala que más importante que respirar es mencionar el Nombre del Señor a cada instante. Por esta razón, San Gregorio Palamás agregó, en aquella discusión con su amigo Job, que todos debemos obedecer los mandamientos de los santos y que no solamente debemos orar sin cesar con la mente, sino que también debemos exhortar a otros a hacerlo (sean monjes o laicos, principiantes o experimentados, hombres, mujeres y niños).
Todos, en general, desde el más pequeño hasta el más grande, estamos obligados a trabajar en nosotros, incesantemente, la oración silenciosa, repitiendo con la mente, “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador!”. Acostumbrémonos a repetir esto con nuestra mente y con el sentido de nuestro corazón. Si Dios envió desde los Cielos a Su santo ángel para que nos revelara todo esto, es que dicha oración es de gran provecho para todos. Pero hay muchos laicos (y también algunos monjes) que dicen, llenos de pesar: “Estamos tan cargados de responsabilidades y obligaciones, que no podemos orar permanentemente”. Las Santas Escrituras nos demuestran, sin embargo, que Dios no pide de nosotros cosas imposibles. Para aquel que anhela fervientemente la salvación, la oración con la mente no es un imposible. Si ese trabajo silencioso fuera imposible de realizar, no habría nadie en el mundo, entre los laicos, capaz de practicarlo.
(Traducido de: Sfântul Ioan Iacob de la Neamț – Hozevitul, „Pentru cei cu sufletul nevoiaș ca mine...”. Opere complete, Editura Doxologia, pp. 345-347)