Esa felicidad que solamente nuestro Señor nos puede dar
Oro “para que nuestra alegría sea completa” (I Juan 1, 4).
Cristo es alegría, la luz verdadera, la felicidad. Cristo es nuestra espreanza. Nuestra relación con Cristo es afecto, es amor, es fervor, es un fuerte anhelo de las cosas divinas. Cristo es todo: Él es nuestro amor. El amor de Cristo es uno que no puede perderse. De ahí es de donde brota todo nuestro júbilo.
Cristo Mismo es la alegría. Es una felicidad que te convierte en otro hombre. Es, si puede llamarse así, una locura espiritual, pero en Cristo. Es como un “vino espiritual”, que te anima como el vino más puro. Así lo dice David: “Unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa” (Salmos 22, 5). El vino espiritual es puro, genuino, fuerte, y, cuando lo bebes, te embriaga. Ese estado espiritual es un don de Dios para los que son puros de corazón.
Ayunemos lo que podamos, hagamos cuantas postraciones nos sea posible, gocémonos con cuantas vigilias esté en nosotros participar… Hagamos todo, pero siempre contentos. Conservemos la alegría de Cristo. Este es un júbilo duradero, que lleva en su interior la felicidad eterna. Es el regocijo de nuestro Señor, que trae una paz inamovible y una serena alegría. Es una alegría llena de todo el don de Dios, mismo que rebosa cualquier alegría. Cristo quiere y se siente satisfecho si irradia felicidad, si enriquece a Sus creyentes con el gozo. Oro “para que nuestra alegría sea completa” (I Juan 1, 4).
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 165-166)