Palabras de espiritualidad

Espiritualidad versus materialismo. La búsqueda de la verdadera felicidad

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La Espiritualidad Ortodoxa, por medio de la voz de los Santos Padres, nos enseña que Dios es, en verdad, el Propietario de todo lo que ha sido creado por Él, y los hombres, pobres o ricos, son sus administradores, estando obligados a utilizar todo, mucho o poco, para gloria del Dador y para su salvación.

Cuando se les pregunta cuáles son las cosas que les dan felicidad, los habitantes del planeta se dividen en dos categorías generales. Los europeos y nos norteamericanos, educados desde hace siglos en una mentalidad individualista, materialista y hedonista, consideran que (esas cosas) son el dinero o los bienes, la posición y el estatus social, la autoridad y la reputación. En otras palabras, la auto-realización y el bienestar estrictamente individual o al menos ampliado a sus seres cercanos, como la familia y unos pocos amigos. 

Sin embargo, los asiáticos responden a esta pregunta de forma distinta. La felicidad consistiría, según ellos, en tener la mayor cantidad de buenos amigos o relaciones sociales lo más sólidas posibles, y contribuir al bien de la comunidad entera. Incluso hay personas, pocas en número, quienes parecen haber descubierto el secreto de una vida plena, vivida con sentido, las cuales, al preguntárseles. “¿Qué le da sentido y sustancia a tu vida?”, responden que el secreto consiste en “dar más de lo que recibimos” [ 1]. 

Otra cosa muy interesante es el hecho de que, desde hace algunas décadas, primero algunos especialistas en economía comportamental experimental —por medio de numerosos estudios e investigaciones— y después las neurociencias —especialmente con la neuroeconomía o el neuromarketing, como parte de distintas pruebas hechas con aparatos de resonancia magnética funcional, o fRM—, han demostrado que ser feliz no consiste en poseer mucho dinero y muchos bienes, obtenidos con egoísmo, y a veces sin escrúpulos o sin los mínimos valores éticos. La verdadera felicidad, que no depende tanto, como podríamos creer, de la acumulación de dinero y propiedades, puede ser obtenida más fácilmente por medio de relaciones sociales de calidad y comportamientos proactivos o prosociales, al servicio de la comunidad y los semejantes. O, para decirlo en dos palabras, la fórmula de la felicidad es: LOS DEMÁS. 

La felicidad es un estado interior, hacia el cual, en función de su credo de vida, el hombre puede tender de dos maneras. Una es acumulando la mayor cantidad de cosas materiales, con la esperanza de que estas llenen su vacío espiritual. Esta forma, sin embargo, tiene un efecto y un valor limitado, porque, cuando sobrepasamos el umbral de pobreza o Umbral Mínimo de Inducción a la Felicidad, es decir, cuando nuestras necesidades vitales básicas son cubiertas, indiferentemente de cuántos bienes acumulemos, nuestro estado de bienestar interior no crece más que un 2%, lo cual es ínfimo, en comparación con el esfuerzo realizado. El segundo modo, tal como nos lo enseña la intuición y la sabiduría general, consiste en alegrarte por esas cosas que, con la ayuda de Dios, has obtenido, sin vivir en una situación de comparación y competencia con los demás. Todavía más:  compartiendo con los demás lo que tienes, para dar lugar a las virtudes de la caridad o la filantropía cristianas. En otras palabras, y como dice un sabio refrán: “No desees lo que no puedes obtener”. O también: “¡Haz un paraíso con lo que tienes!”. O, como decía Cicerón: “La riqueza más grande es estar satisfecho con lo que tienes”.

Esto no significa vivir sin ninguna atención a las cosas materiales, sino que, como nos enseña el Señor, no tenemos que volvernos esclavos del mundo pasajero. Luego, tenemos que buscar crecer no solamente en nuestra vida espiritual, sino también trabajar en el otro aspecto, el material, tanto para nuestro propio provecho como para el de nuestros semejantes, eso sí, subordinando todo a la búsqueda del Reino de Dios y Su justicia, y el Padre Celestial, que cuida de Su creación entera, nos dará, en el momento oportuno, todo lo demás, sea material o espiritual, en pos de nuestra salvación.

Por este motivo, la Espiritualidad Ortodoxa, por medio de la voz de los Santos Padres, nos enseña que Dios es, en verdad, el Propietario de todo lo que ha sido creado por Él, y los hombres, pobres o ricos, son sus administradores, estando obligados a utilizar todo, mucho o poco, para gloria del Dador y para su salvación.

Los Santos Padres nos enseñan que la riqueza, en sí, no es algo malo, sino que puede hacerse buena, o, al contrario, pecadora, según el uso y el propósito que le demos. Algunos de los santos cristianos provenían de familias acaudaladas, lo cual no les impidió alcanzar la santidad. Utilizaron su riqueza para ayudar a sus semejantes necesitados. Así pues, cuando es utilizada como muestra de amor al prójimo y como medio para compartir con los demás, la riqueza ayuda a quien la posee, en esta vida y para su salvación.

Del mismo modo, la pobreza no salva por sí misma, cuando es soportada con fastidio y entre protestas en contra de Dios y en contra de los demás. Las carencias materiales deben ser transformadas en motivo de crecimiento espiritual. 

Además, nuestra fe ortodoxa ha desarrollado una profunda doctrina en relación con esta realidad social. Así, el padre Dumitru Stăniloae hablaba de un verdadero circuito de los dones. Por medio del Sacramento de la Crismación, el cristiano recién bautizado recibe la plenitud de dones o de talentos; sin embargo, depende de cada uno de nosotros poner en práctica más o menos de esos dones, y según distintos matices o intensidades. Lo esencial, con todo, consiste en el hecho de que no hay persona que no tenga dones, pero muchos de nuestros semejantes entierran los talentos que les fueron otorgados. Igualmente, no tenemos que envidiar a nadie por el don o los dones que haya recibido, sino que tenemos que esforzarnos en obtenerlos nosotros también y, además, entender el hecho de que todos los dones se complementan, lo cual podría ser de gran beneficio para todos. En el plano material, el circuito de los dones presupone que nunca tenemos que bloquear este movimiento iniciado por Dios, sino que, tal como el Padre Celestial nos ofrece con generosidad Sus dones, también nosotros, según nuestras posibilidades, las cuales tenemos que agrandar todo el tiempo, tenemos que compartir lo que gozosamente hemos recibido de Dios y multiplicado con nuestro esfuerzo personal. 

El mismo padre Stăniloae dedica un capítulo entero de su “Dogmática y Espiritualidad Ortodoxa” a hablar del conocimiento de Dios a partir de las circunstancias concretas de la vida. En el marco de la doctrina patrística, según la cual no solamente los pobres necesitan a los ricos, para ser ayudados, sino que también los ricos necesitan a los pobres para salvarse, por medio de la caridad, el padre dice que nuestro Señor Jesucristo está presente en nuestro mundo y cerca de cada uno de nosotros, poniendo a prueba nuestra fe y nuestro amor a Él, por medio de nuestras acciones hacia nuestros semejantes. Así, “en cada pobre, en cada oprimido y en cada enfermo, es Cristo quien sale a nuestro encuentro, descendiendo al nivel de pedir nuestro auxilio. En la mano extendida del pobre está la mano extendida de Cristo; en la débil voz del necesitado está la voz de Cristo; en su sufrimiento, debido a las carencias y la humillación en las que lo mantenemos, está el sufrimiento de Cristo en la Cruz, mismo que nosotros prolongamos. En todo, Dios desciende a nosotros y se nos revela”, dice el padre Stăniloae. 

Es muy importante el hecho de que todas estas verdades espirituales, predicadas por la Iglesia y la Teología Ortodoxa desde hace dos mil años, tienen su confirmación en distintas ramas de punta de la ciencia contemporánea, siendo probadas, incluso por medio de los sofisticados aparatos de resonancia magnética funcional y también por medio de las tomografías con emisiones de positrones, que escanean el cerebro y observan lo que ocurre en él, en distintos momentos y situaciones.

[1] John IZZO, cele 5 secrete ale vieții fericite [Los 5 secretos de una vida feliz], traducere din limba engleză de Anne Marie Baraga, Editorial All Educational, Bucarest, 2011, p. 114.