Palabras de espiritualidad

Estamos en comunión con aquellos por quienes oramos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

¡Con cuánta ligereza hablas mal de los demás, con cuánta motivación íntima…! Y si se te pregunta, respondes: “¿Qué? ¿Es que solo yo lo hago? Al final, esa persona merece lo que digo de ella”.

¡Con cuánta ligereza hablas mal de los demás, con cuánta motivación íntima…! Y si se te pregunta, respondes: “¿Qué? ¿Es que solo yo lo hago? Al final, esa persona merece lo que digo de ella”. Bien, permíteme que te lo diga, pero estás cometiendo un grave pecado. No solo por no amar a tu semejante, sino por detestarlo, por hacerlo enemigo tuyo. Con esto, estás cometiendo un crimen, no estás practicando el amor.

Cuando oras por alguien que no está presente, él no tiene cómo saber que lo estás mencionando en tus plegarias. Pero, de hecho, estás en comunión él. Gracias a tu oración, Dios ayuda a esa persona. Tú, de forma consciente, quieres cumplir con los mandamientos de Dios; así, orando por tu semejante, lo estás ayudando también. Dios acude a él con Su cuidado. Dios escucha tu oración.

Acuérdate de Trajano y de su hija Drosida (o Dróside), quien alcanzó la santidad por medio del martirio. Ella misma se bautizó, porque no había quién lo hiciera. De Trajano se sabe que fue un hombre justo, al cual no se le podía pedir más, por ser pagano.

San Gregorio Magno, viendo todo lo hecho por Trajano y que tenía un renombre de virtuoso, le pidió a Dios que perdonara esa alma. En un momento dado, escuchó una voz que provenía del Cielo, la cual le dijo: “Dios ha escuchado tu oración, pero no vuelvas a orar por los paganos”. San Gregorio realmente dialogó con Aquel que salva las almas, y le permitió a Trajano que entrara al Reino de los que se han salvado.

Si oras por alguien, lo haces hermano tuyo en la fe. Y él tiene el deber de agradecerle a quien le ha ayudado de forma anónima, aunque eso solo Dios lo sabe.

Asimismo, más allá de pedir por tu hermano, cultiva una buena relación con él. Háblale, sonríele, y haz que sepa que no eres su enemigo. No le hagas un gesto de enojo, si te ofende. Solo sonríele.

(Traducido de: Ne vorbește Părintele Arsenie, ed. a 2-a, vol. 3, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2010, pp. 16-17)