Examen de fe: ejercicios de confianza en la voluntad de Dios
Ejercitar la confianza en la fe de Dios es más importante que cuaquier otra práctica de la fe. Al comenzar cada día, simplemente dí: “¡Que sea Tu voluntad, Padre!”, y al acostarte también.
Has entendido la fe como una práctica en el bien. Debes saber que así es.
Hasta hoy, tu práctica ha consistido en ayunar, orar y hacer caridad. Bien, esos tres elementos son muy importantes. El ayuno, la oración y la caridad son la expresión práctica de la fe, la esperanza y el amor. Por medio de ellos demuestras que confías en la voluntad de Dios y cuando cumples con cualquier otro mandamiento de Cristo, demuestras otra vez que confías en la voluntad de Dios. Esta confianza en la voluntad de Dios es como un alma para todas nuestras acciones vinculadas a la fe, y no sólo para nuestras acciones y esfuerzos, sino también para nuestros pensamientos y sentimientos; en una palabra, para nuestra vida entera. “He descendido del Cielo”, dijo Cristo, “no para hacer Mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado” (Juan 6, 38). Y en las vísperas de Su pasión, sudando sangre, le dijo al Padre, “Sin embargo, que no se haga Mi voluntad, sino la Tuya”.
Hay una gran cantidad de personas bautizadas, esforzándose en cumplir toda la ley de Dios, pero sin confiar plenamente en Su voluntad. Cuando aparecen las aflicciones, se lamentan y se quejan de su Creador. Con ésto, tan sólo demuestran que no se han abandonado a la voluntad de su Dios, que toda su fe es superficial y que sus acciones son calculadas por medio de la razón humana. Así las cosas, debes saber que ejercitar la confianza en la fe de Dios es más importante que cuaquier otra práctica de la fe. Al comenzar cada día, simplemente dí: “¡Que sea Tu voluntad, Padre!”, y al acostarte también. Lo mismo debes hacer cuando enfermes, cuando estés en tu lecho de aflicción: “¡Que sea Tu voluntad, Padre!”. Y cuando ganes o pierdas, “¡Que sea Tu voluntad, Padre!”. Finalmente, cuando venga ese momento del que nadie puede librarse y te encuentres de frente con el ángel de la muerte, dí con confianza, “¡Hágase Tu voluntad, Padre y Dios mío!”.
(Traducido de: Episcop Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. II, Editura Sophia, Bucureşti, 2003, pp. 92-93)