Fe y confianza en Dios: el ejemplo de un monje
El padre Damián Țâru solía trabajar en el taller entre diez y quince horas al día, sin interrupción. Siempre en silencio, pero repitiendo la “Oración de Jesús” con su mente.
Algunas veces, cuando su discípulo lo veía extenuado por tanto trabajo y tantas vigilias, le decía:
— Acuéstese un poco, padre Damián. Usted ya está grande y además se le ve débil.
—Yo ya no puedo dormir mucho, padre Nicodemo… ¡El sueño me abandonó desde hace mucho tiempo! Ahora, si duermo dos o tres horas cada noche, está bien. Después, me levanto, hago mis oraciones, leo y empiezo a trabajar en el taller. ¡Y tanto me agrada trabajar, que no me doy cuenta de lo rápido que pasa el día!
El mismo discípulo diría, tiempo después:
—Nunca vi al padre Damían recostado o descansando en una silla. Al contrario, o se pasaba el día trabajando en el taller, mientras oraba con sus labios y su corazón, o leía y escribía en su celda. Tenía la costumbre de confeccionar algo para los demás hermanos y padres: una mesa, una silla, un pequeño armario… Eso sí, jamás aceptaba algo de los demás.
En tiempos de guerra, algunos monjes se sentían realmente preocupados. Pensaban cómo y en dónde salvar la vida. Entonces, un día, su discípulo le preguntó:
—¿Está preparado, padre Damián? ¿A dónde iremos?
—¡Yo estoy preparado para llegar hasta los confines del mundo!
Y después siguió con su trabajo, impasible, sin manifestar emoción alguna. Todos se quedaron admirados por la fe y la esperanza que tenía en Dios.
El padre Nicodemo, su discípulo, contaba también que el padre Damián solía trabajar en el taller entre diez y quince horas al día, sin interrupción. Siempre en silencio, pero repitiendo la “Oración de Jesús” con su mente. Y, al terminar, se retiraba a la paz de su celda.
(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 620-621)