Palabras de espiritualidad

Formamos un solo cuerpo, porque el pan es uno y todos participamos del mismo pan

  • Foto: Silviu Cluci

    Foto: Silviu Cluci

La Eucaristía es el factor coagulante de la Iglesia; el cuerpo y la sangre de Cristo unen, en misterio, todas las almas cristianas que se vuelven partícipes de la vida eterna.

Y, sin embargo, “el Verbo se hizo carne” (Juan 1,14). ¿Cómo es posible esto? Este es uno de los grandes misterios del cristianismo, que subraya el valor espiritual del cuerpo humano. Para salvar al hombre, Dios Mismo se hizo hombre y asumió en su totalidad la naturaleza humana, es decir, conoció el dolor, el hambre, el sufrimiento, la muerte en cruz. Así, el cuerpo se convierte, de acuerdo a Tertuliano, en el punto central de la salvación, porque es evidente que al cuerpo le fue dado un propósito alto, divino, en las condiciones en las que es puesto nuevamente en discusión y todo se convierte en “escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”. El Verbo (Cristo) asumió por completo la naturaleza humana, con todas sus limitaciones. Hay, sin embargo, una excepción: el hecho de nacer de forma distinta a los demás hombres. Esto, dicen los Santos Padres, no representa un desprecio al matrimonio o a la concepción natural, sino la prueba de que Jesús no heredó el pecado ancestral de nuestros padres primigenios, de donde brota el dolor, la corrupción, la muerte y la inclinación al pecado.

Asumiendo los sufrimientos humanos, Jesús los venció en Él, para así poder liberar al hombre. Aún más: Cristo santificó y glorificó todo lo que es bueno en el cuerpo, porque los Evangelios nos demuestran claramente que Jesús completó su obra utilizando para ello Su mismo cuerpo. Es cierto que Jesús dijo: “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada” (Juan 6,63), pero antes había pronunciado estas palabras: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. (...) El que come Mi carne y bebe Mi sangre, permanece en Mí, y Yo en él” (Juan 6,51,56). La lengua griega utiliza para la palabra “cuerpo”, en este contexto, el término soma. Y observamos que el salto que da el significado de la palabra soma, desde Platón hasta el cristianismo, es sorprendente. El sentido de la palabra cambia radicalmente, de prisión o sepulcro (sema) para el alma, al elemento que asegura la vida eterna, es decir, el pan eucarístico, el cuerpo de Cristo. El Apóstol Pablo utiliza el término soma tanto para el cuerpo humano como para el cuerpo de Cristo y la comunidad cristiana, la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo: “Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (I Corintios 10,16). De igual manera, él ve la Iglesia en analogía con el cuerpo humano, conformado por varios miembros: “Las partes del cuerpo son muchas, pero el cuerpo es uno; por muchas que sean las partes, todas forman un solo cuerpo. Así también Cristo... Ustedes son el cuerpo de Cristo y cada uno en su lugar es parte de él” (I Corintios 12,12-27).

Entre esos dos significados de la expresión “el cuerpo de Cristo” —uno eucarístico y otro eclesiástico— hay un vínculo directo: “Así, siendo muchos formamos un solo cuerpo, porque el pan es uno y todos participamos del mismo pan” (I Corintios 10,17). La Eucaristía es el factor coagulante de la Iglesia; el cuerpo y la sangre de Cristo unen, en misterio, todas las almas cristianas que se vuelven partícipes de la vida eterna.

(Traducido de: Rodica Pop, Sensul căsătoriei la Platon și la Sfinții Părinți, Editura Doxologia, Iași, 2012, pp. 84-85)