Hacer de nuestra vida una plegaria a Dios
Contémosle a nuestro padre espiritual todo lo que nos pasa y recibamos humildemente sus directrices, para que el maligno no nos ataque con toda clase de pensamientos.
Apotegmas de San Paisos el Hagiorita
Tienes que sentir que tu monasterio es tu hogar, tu familia. Cumple tus trabajos de obediencia con todo tu corazón. Acostúmbrate a no hacer diferencias entre las horas en las que permaneces en tu celda y las horas en la que te encuentres afuera, trabajando en las tareas de obediencia monacal.
El orgullo y el egoísmo oscurecen la mente y nos empujan a arrojar nuestras cargas sobre los demás. El orgulloso tiene solamente derechos, no obligaciones. Por su parte, el que es humilde justifica siempre a los demás y se condena únicamente a sí mismo.
Aquel que no se ha enfermado jamás, cuando le toca enfrentar el dolor, lo primero que hace es entrar en pánico.
Dios no sana a los enfermos de inmediato, para que no pierdan su recompensa. El padre no entrega toda su hacienda a sus hijos, justamente para que no la malgasten. También Dios deja algo para la otra vida.
Cuando enfrentemos tentaciones, aceptémoslas con alegría, porque por medio de ellas la Gracia de Dios viene a nosotros. Por muchas tentaciones que enfrentemos, si estamos cerca de Cristo, nuestro corazón sentirá dulzura, porque el Señor es la dulzura más grande que hay.
Si hubiera buenos padres espirituales, no sería necesario que hubiera psiquiatras.
Seamos prácticos. Contémosle a nuestro padre espiritual todo lo que nos pasa y recibamos humildemente sus directrices, para que el maligno no nos ataque con toda clase de pensamientos.
Un día, el padre Paisos le dijo a un hombre que quería hacerse monje: “No puedo hacerte monje porque aún te veo presa de la risa perversa y la indiferencia. Cuando estoy en la iglesia, pase lo que pase o aunque alguien intente hacerme reír, no puedo sino llorar mis pecados. Las risas en la iglesia son obra del demonio. Que nadie piense que es algo sin importancia. La vida del cristiano requiere de atención y lucha”.
Cuando el profeta David dice: “Perezcan los pecadores de la tierra y que los inicuos no existan más”, no es que esté pidiendo que Dios destruya a los pecadores, sino que está orando para que (los pecadores) se arrepientan y se hagan buenos.
La oración es agradable a Dios cuando la sentimos.
Tengas o no la culpa, si quieres ver el rostro de Dios, debes aceptar la injusticia.
Cuando nos jactamos de nuestro monasterio, envaneciéndonos, es como si diéramos armas al enemigo para que nos asalte.
Es necesario estar muy atentos, porque el pecado y los malos hábitos, incluso después de presenciar milagros, pueden atrapar a alguien en las redes del mal… si se descuida. Un hombre que estaba poseído vino a vernos, y el demonio que lo atormentaba huyó. Pero como volvió a bajar la guardia, cayó nuevamente en la inmoralidad y otra vez fue poeseído.
Dejémosle toda la carga de nuestra lucha a la oración. Ella es nuestro barómetro espiritual. Hagamos de nuestra vida entera una plegaria a Dios.
(Traducido de: Din tradiția ascetică și isihastă a Sfântului Munte, 2011)