Palabras de espiritualidad

¿Hay alguien que esté libre de faltas?

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¿Es posible que alguno de nosotros pueda decir, al final del día, que ha realizado todo lo que podía realizar y que ha dado todo lo que podía dar?

A menudo hay alguien que, viniendo a confesarse, me dice: “No sé qué confesar, padre. No tengo ninguna novedad”. Estas palabras revelan una criminal falta de atención sobre la propia vida. ¿Es posible que alguno de nosotros pueda decir, al final del día, que ha realizado todo lo que podía realizar y que ha dado todo lo que podía dar? ¿O que supo guardar una castidad impecable en sus pensamientos y sentimientos, o que no desperdició ninguna de sus acciones, o que no dejó nada por hacer?

¿Hay alguien que pueda decir que sus pensamientos no se perturbaron, que no se oscureció su corazón, que su voluntad no vaciló en ningún momento, que sus acciones y sus anhelos no fueron, en realidad, banales? Si la persona viene a confesarse y masculla: “No sé qué decir…”, significa que nunca ha pensado en eso en lo que podría haberse convertido (y, en consecuencia, en lo que tendría que haber devenido), sino solamente se compara con el día de ayer y con otros individuos que son tan malos como él. Y si decimos: “¡Una y otra vez, año tras año, siempre digo lo mismo!”, estamos dando testimonio de que jamás hemos experimentado la vergüenza y el dolor de reconocer nuestro estado de pecadores. “Sí, reconozco que miento… ¡pero todo el mundo lo hace!”, “Sí, sé que he cometido maldades… ¡pero todos las cometen!”, “Me he olvidado de Dios… pero ¿quién tiene tiempo para acordarse de Él?”, “Todos los días me encuentro con más de algún pordiosero… ¿pero es que puedo detenerme para darle algo a cada uno de ellos?”. Y así sucesivamente…

(Traducido de: Mitropolitul Antonie al Surojului, Bucuria Pocăinței, Editura Marineasa, p. 31-32, 2005)