¿Hay alguien verdaderamente digno de recibir la Santa Comunión?
“Porque el que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el Cuerpo del Señor” (I Corintios 11, 29). Releyendo estas palabras del Santo Apóstol Pablo, nos preguntamos cuál es su verdadero significado.
“Porque el que come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación por no reconocer el Cuerpo del Señor” (I Corintios 11, 29). Releyendo estas palabras del Santo Apóstol Pablo, nos preguntamos cuál es su verdadero significado. Como hemos visto, ni la Iglesia primigenia ni los Santos Padres explicaron detalladamente en qué consiste ese “comer y beber con indignidad”. Porque, si debido a mi “indignidad” evito acercarme a los divinos Dones, estoy rechazando y apartándome del divino don del amor, la reconciliación y la vida; en otras palabras, me estoy “excomulgando” a mí mismo, porque “si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis Su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Juan 6, 53).
Sin embargo, si “como y bebo con indignidad”, estoy comiendo y bebiendo mi propia condenación. Soy condenado si no recibo y también si recibo, porque ¿ha habido alguien que, siendo tocado por el divino Fuego, no haya sucumbido abrasado? Una vez más: de esta disyuntiva no podemos salir valiéndonos de los simples juicios humanos, como cuando usamos, para los Divinos Misterios, los criterios, las medidas y los razonamientos de nuestra naturaleza humana. (…) La cruz de la vida cristiana nos es revelada en la Santa Eucaristía y sus preceptos. ¿Cuáles son esas disposiciones, esos preceptos? No es posible encontrar una mejor descripción de estos, que en las palabras que el sacerdote pronuncia cuando alza el Santo Diskos, y que en la Iglesia original eran una invitación a recibir la Santa Comunión: “¡Lo Santo a los Santos!”.
Con estas palabras —y, de igual forma, con la respuesta de los fieles: “Único es el Santo, único el Señor, Jesucristo, para gloria de Dios Padre. Amén”—, la totalidad de los juicios humanos se acercan a su fin. Lo que es santo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es algo reservado únicamente para los santos. Pero nadie es Santo, sino solamente el Único Santo, Jesucristo. Así, para el nivel de la exigua “dignidad” humana, la puerta está cerrada. No hay nada que podamos ofrecer y que nos haga “dignos” de ese Santo Don. Ciertamente, nada, a excepción de la Santidad de Cristo Mismo, la cual, por Su infinito amor y misericordia, nos comparte a nosotros también, haciéndonos “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada” (I Pedro 2, 9). Sí, Su Santidad, que no la nuestra, es lo que nos hace santos y, en consecuencia, “dignos” de acercarnos y recibir los Santos Dones.
(Traducido de: Alexander Schmemann, Postul cel Mare, Editura Doris, pp. 155-157)